Ha cambiado la Guardia Civil. Hoy no es aquella institución hermética asociada forzosamente a la represión de muchas décadas atrás, ni tampoco presume de la autoridad excesiva que en ocasiones tenían sus mandos y agentes, a quienes el dictador compensaba con prebendas como los economatos en los cuarteles o descuentos en el transporte público para alcanzar el final de mes a partir de asignaciones escasas.
Golpeada cruelmente por el terrorismo en la época de la transición con centenares de víctimas en los propios acuartelamientos, la Benemérita ha modernizado su estructura, aunque aún tiene amplio recorrido por hacer. Es un Cuerpo más abierto y ofrece un rostro más amable a la sociedad que, por algo, la tiene como la institución más valorada entre todas las que coexisten en el país. Siempre maldeciremos en el momento a aquél agente que firma la multa de tráfico. Pero la aportación del Instituto Armado al estado de bienestar va mucho más allá del castigo a los malos conductores.
La Guardia Civil continúa como una fuerza policial, de carácter militar, garante de la seguridad y a las órdenes del gobierno de turno. Por eso relacionar el reconocimiento a su labor o la presencia en una de sus manifestaciones festivas con cualquier otra tendencia a favor o en contra no parece una postura demasiado justificada. Se trata de reconocer el papel desempeñado en beneficio de todos y acompañar a una gente que forma parte de la sociedad en el gran día de su celebración anual. Es la fiesta mayor de las casas-cuarteles, esos pueblos existentes dentro de las ciudades que tienen vida y costumbres propias. Es 'La Patrona'.