La humedad riega de rocío los campos y cuando el día se despereza deja detrás un paisaje empañado... resbaladizo. Es neblina en suspensión que eriza la piel cuando el sol poco a poco va desvaneciendo su tenue blancura. Poco a poco el paisaje oculto se aclara.
La humedad crea escalofríos y se huele, como se siente en el aire todavía espeso que nos envuelve cual miope sin gafas. Su rastro se va con el calor pero el olor se respira y transpira y en ocasiones duele en forma de gota que no ha nacido para ser lluvia.
¿Pero a qué huele la humedad? Depende. Puede ser el rastro de un pasado que no volverá y que se desparrama al abrir una caja o cajón olvidado con recuerdos golpeados por el transcurrir del tiempo.
¿A qué huele la humedad? A todo aquello que vamos dejando como un rastro que amarillea como un mapa del tesoro oculto. Así veo yo el PTI y su secuela en forma de Norma Territorial. Ha pasado más de una década desde su aprobación y seguimos envueltos en un papel mojado necesario de revisión, húmedo por la inoperancia, ignorancia, inactividad, falta de consenso... de un poder (sea del color que sea) que ha dejado languidecer lo que debía ser nuestra constitución de un modelo sostenible de acuerdo con la Reserva de la Biosfera.
El Plan Territorial Insular tenía también que haber adquirido ya una madurez, pero de momento sigue flotando entre neblinas.
Ahora se da carpetazo a la Norma y volvemos a la casilla de salida. Se dice que es para no crear una «inseguridad jurídica», Pero se quiera o no esta ya convive entre nosotros de tanto esperar.
Y sí, el PTI huele a húmedo como otros tantos papeles que esperan el calor de unas manos que ahuyenten el moho y que les devuelva el color blanco que les vio nacer.