El movimiento social que dio origen a Podemos ha desembocado en un partido que, tal vez sin querer lo o reconocerlo, se ha instalado en el sistema político tradicional, aunque solo sea para incordiar. No cabe duda de que les gusta el poder, como a todas las demás formaciones, y también se ponen pinzas en la nariz para acunar decisiones contrarias a sus principios.
En Balears, los podemistas están entre el ser y no ser. Son oposición, no entraron en el gobierno del Pacte, pero quieren marcar la hoja de ruta del gabinete de Francina Armengol. Dicho claramente, se manda pero sin mancharse las manos. Es una posición cómoda, no desgasta pero se presiona para que se haga lo que me gusta y si sale mal es culpa vuestra, porque nosotros estamos en la bancada que os controla.
Tras la crisis nacional de la que ha salido, de momento, victorioso Mariano Rajoy, los podemistas han hecho un amago/órdago a las fuerzas de izquierdas que tienen el timón del rumbo de las Islas. El mensaje era claro para el PSIB, si hay abstención en la investidura del gallego os perdonamos y si se vota en contra hay castigo.
Al final, el voto rebelde de los socialistas baleares ha complacido a los morados. No hay ruptura en el apoyo al Govern, pero tampoco se integran. Será por si acaso algo va mal o por estrategia electoral. De momento, les va bien.
Alberto Jarabo ha anunciado que en enero se renegociarán y ampliarán los Acords pel Canvi. O lo que es lo mismo, que socialistas y Més deberán acomodar sus posiciones a lo que digan los herederos del 15-M. Toda esta situación puede tener mil lecturas, pero personalmente me parece un secuestro, dada la debilidad del Ejecutivo balear.
Dicho todo lo anterior, creo que Podemos tendría que ser honesto y decidir si quiere ser o no ser gobierno.