Que mejor arranque para una novela negra que en la primera página veamos como caen asesinadas dos personas. Son dos amigos que acaban de tomar un whisky en un bar del Aeropuerto de Menorca. Poco después un tercer individuo, un sicario, cae igualmente fulminado por un veneno. Menudo trabajo para Paco Montes, el comisario de Maó, tres asesinatos en un día en una isla en la que nunca ocurre nada y ninguna pista para empezar a investigar.
Con estos elementos, Juan Luis Hernández construye una impecable narración criminal en “Los cadáveres equivocados” que el lector no podrá soltar hasta el final. Pero al margen de la interesante trama la novela destaca también por el ajuste de cuentas que el autor lleva a cabo con la sociedad mahonesa de posguerra y con la propia ciudad, la suya.
He seleccionado tres muestras, aunque podrían ser muchas más, para ilustrar esta especie de crudo psicoanálisis a Mahón que podemos encontrar en las páginas del libro:
“Esas calles por las que deambulaban hombres y ancianos heridos con lesiones invisibles que no sangraban, pero que escocían. Calles de niños huérfanos y de hijos malogrados. De viudas. De mujeres que lloraban en silencio. De otros silencios impuestos”.
“Una cuesta descendía -como todo en Mahón- hacia el puerto. Cuesta de herreros y talleres, de sudores y mal vivires. Cuesta de trabajos duros y escasas pesetas”.
“El comisario no contemplaba en su asiento trasero la urbe actual, sino cada una de las urbes que él conoció a lo largo de su existencia; esas poblaciones que, aun siendo las mismas, eran totalmente distintas a tenor de lo vivido: el Mahón de las calles pobres y socialmente apestadas de su infancia, donde anidaba la extrema pobreza; las calles céntricas donde los vencedores, obviaban reprimir, apoyados por el Régimen, sus ‘Hyde' personales; las del extrarradio que vaticinaban un futuro trazado por la mano de los nuevos capitalistas mimados por el Franquismo y convertidos en pudientes burgueses, que edificaban fábricas inabarcables y casas lujosas a modo de ostentación, casas, éstas, que pretendían dar fe de su reciente progreso y finalmente, las calles innombrables por las que ningún bien nacido isaba o debía transitar… Calles con casas que no eran sino chabolas sutilmente disfrazadas de viviendas porque, como de todos era bien sabido, la Dictadura había creado riqueza y prosperidad y, consecuentemente, los pobres sin aurora no existían, como no existía, ni podía existir, el chabolismo”.
Esta última cita más larga permite ver otras de las características de “Los cadáveres equivocados”, la crítica social, centrada sobre todo en una posguerra dominada con garra firme por los vencedores de la Guerra Civil. Y ahí Juan Luis Hernández se inscribe en la tradición crítica de la llamada novela negra que desde sus inicios ha aprovechado uno o más crímenes, reales o imaginarios, para retratar las condiciones y circunstancias sociales que los han hecho posible.
El lector de esta estupenda novela pasará un buen rato y descubrirá que, como, dice el título, a menudo tanto los cadáveres como la cruda realidad son trastocados.
Los cadáveres equivocados
Juan Luis Hernández
Editorial Menorca
319 páginas