Tanto Rostros en el agua, de Janet Frame, como Otra, de Natalia Carrero son libros que duelen y nos hacen pensar. Ambos tratan de los tratamientos que dan las instituciones a quienes tiene problemas mentales, aunque el segundo es también una historia de una mujer que bebe.
En Otra, de la novelista barcelonesa Natalia Carrero (1970), Mónica, la narradora, escribe una carta a su hermano Charli que fue diagnosticado como esquizofrénico y tuvo que ingresar en diversos centros de salud mental. Su padre era un macho ibérico a la antigua usanza que llegaba a casa bebido y descargaba su agresividad sobre todo en Charli. El desequilibrio familiar llevó a la narradora a beber hasta la adición, gluglú.
Una de las reflexiones que suscitan estos dos libros es hasta qué punto un diagnóstico psiquiátrico condiciona la vida y la evolución del paciente. En el caso de Charlie, por ejemplo, el maltrato que recibía del padre podía explicar parte de los síntomas. Por otra parte, sabemos que desgraciadamente en ocasiones los médicos se equivocan y los pacientes internados no pueden escapar a la etiqueta mental que ha caído sobre ellos.
Un caso paradigmático es el del novelista norteamericano Richard Brautigan que a los 20 años fue recluido en un hospital para enfermos mentales por arrojar una piedra contra una comisaría. Lo había hecho para que lo arrestasen y le diesen de comer, pero en el hospital acabaron diagnosticándole paranoia, esquizofrenia y depresión. Por otra parte, la literatura científica recoge casos de experimentos en los que sujetos sanos ingresaron en un psiquiátrico con un diagnóstico de enfermedad mental. Una vez etiquetados todo lo que hacían solo servía para que los médicos confirmaran esa falsa evaluación.
Pero volvamos a Otra, un libro lúcido, divertido, crudo, breve y conmovedor en el que además de hablarnos de la tragedia de la enfermedad mental de Charlie tenemos también las memorias borrachas de Mónica. Una mujer ebria que bebe en casa a escondidas y ello le provoca una serie de problemas de todo tipo. Se trata además de bebida sin glamour. No hay wiskis, vodka o gin-tonics sino cervezas o algún vino peleón.
Y como complemento, el libro, publicado por la novel y pequeña editorial Tránsito, se cierra con un álbum de quince bebedoras, con sus correspondientes dibujos. Se trata pues de una inmersión en el mundo del alcoholismo femenino. Un viaje al glugú (como escribe la autora) mal visto socialmente ya que en nuestro mundo se continúa juzgando de desigual manera a los hombres que empinan el codo respecto a las mujeres que también lo hacen.
Vayamos ahora a Rostros en el agua, de Janet Frame (1924-2004), cuya protagonista, Istina Mavet, no tiene problemas con el alcohol, pero sí, y muchos, con la salud mental. al igual que le sucedió a la autora que estuvo muchos años ingresada en un hospital psiquiátrico.
Jan Arimany, editor del libro, señala con acierto que “poco importa lo que hayan hecho para llegar allí quienes ingresan en un centro mental, porque una vez dentro, ya no se le considera una persona; ahora es un ser sin derechos ni dignidad; se convierte en un número sometido a la estricta jerarquía del centro en la que los dotores son dioses indiferentes, y las enfermeras sus despiadados brazos ejecutores”.
Janet Frame padeció en sus carnes lo que cuenta en su novela. Pasó por varios manicomios en Nueva Zelanda. Sufrió, al igual que Charlie, la terapia de electrochoques, hoy totalmente desprestigiada. Por consejo de su psiquiatra escribió Rostros en el agua como unas memorias de su paso por las horribles instituciones psiquiátricas. Antes había escrito un libro de relatos “The Lagoon and Other Stories” cuyo éxito le salvó de ser sometida a una lobotomía cerebral que iba a apagar para siempre la luz de su consciencia y su voluntad.
Su libro de recuerdos sobre los manicomios es doloroso, pero está maravillosamente escrito. Retrata a médicos, enfermeras, enfermos y visitantes con una visión literaria y penetrante.
La “loca de la casa” resultó ser una escritora extraordinaria y cuando al fin pudo escapar de los psiquiátricos Janet Frame se fue de Nueva Zelanda y se instaló en Londres para dejar atrás su traumático pasado. Desde allí visitó con frecuencia Andorra y Eivissa. Quizás alguna vez pasó por Menorca.
Elijo un fragmento del libro de la neozelandesa para cerrar esta doble reseña: “Pasé varias semanas en casa. Hasta que una noche, cuando los esqueletos fosforescentes se amontonaban en los campos para quemarlos y triturarlos, y el sabio viento desparramaba por todas partes su propio abono cultivado y el compulsivo mar iba y venía con eternas noticias sobre sí mismo y recientes indicios estivales de presencia humana (envoltorios de helados y pieles de naranja), y la textura de los árboles y los seres que surcaban el cielo parecían haberse aplicado allí como papel maché, y mi padre refunfuñaba y mi madre achicaba sangre de sus zapatones, me encontré de vuelta en Cliffhaven (el psiquiátrico donde transcurre la novela) , en una cama del dormitorio de observación y dirigiendo miradas de terror hacia la sala de tratamiento”.
Otra
Natalia Carrero
Editorial Tránsito
127 páginas
Rostros en el agua
Janet Frame
Traducción de Patricia Antón de Vez
Editorial Trotalibros
307 páginas