Desde el dolor, desde la solidaridad con los familiares de las víctimas mortales y de las decenas y decenas de heridos de Barcelona, el principal compromiso de ciudadanos, servidores públicos e instituciones ha de ser el de la serenidad y la firmeza. Ni el pánico ni el terror han de poner en jaque a una sociedad democrática. La firmeza se demuestra apoyando a las fuerzas de seguridad y reforzando todos y cuantos controles sean posible, pero a la par sin que los fanáticos logren enturbiar la actividad política, social y económica de una ciudad y de un país. Así se vence el miedo.
Al igual que otras grandes capitales europeas, desde París a Niza, desde Londres a Berlín. los fanáticos de Estado Islámico han puesto en su punto de mira a Barcelona. Sabían que atacándola en agosto hacían muchísimo daño. Y no han dudado. Madrid ya sufrió una matanza espantosa en 2004, pero ahora nos hallamos en un nuevo estadio por el estilo incontrolable que utiliza el terrorismo islámico al convertir furgonetas en máquinas de matar. Asesinan de manera inesperada en el lugar más insospechado. En todo caso, se trata de una minoría de fanáticos. Los colectivos musulmanes pacíficos merecen todo el respeto y protección del sistema democrático. No deben permitirse brotes de desprecio hacia estos grupos sociales. Al odio se le combate con la razón, que es hija del respeto.
La matanza de Barcelona debe ser un acicate para las fuerzas políticas para que superen divisiones y confluyan en una voluntad común de derrotar al terrorismo. Eso exige humildad. Tal convicción ya fue expresada ayer por el president Puigdemont mientras todos los cuerpos de seguridad colaboraban estrechamente, con un Rajoy también obligado a cohesionar el engranaje del entendimiento. Es preciso superar prejuicios y prepotencias en homenaje a las víctimas de Barcelona.