Tras siete años sin haberse celebrado, hoy arranca el debate sobre el estado de la Nación. La ausencia de esta cita parlamentaria, desde 2015, constituía una anomalía democrática y un serio menoscabo al Congreso de los Diputados, depositario de la soberanía popular. Rebasado el ecuador de la legislatura, servirá para calibrar la solidez del gobierno de coalición, así como los apoyos con los que cuenta Sánchez. También para valorar la consistencia de la oposición, sobre todo la de un Partido Popular que se postula como única alternativa.
No obstante, el hecho de que Núñez Feijóo no participe desde la tribuna de oradores descafeina en cierto modo el debate. Pese a no ser diputado, estará en el hemiciclo, en el puesto de honor del jefe de la oposición, pero no podrá dirigirse a sus señorías. El PP ha concluido –tras consultas con letrados de las Cortes– que, al no tener escaño, el nuevo presidente de la formación liberal conservadora no puede intervenir en el pleno.
Al margen de la recuperación de normalidad democrática y las lecturas políticas que puedan desprenderse, el debate permitirá conocer las recetas de Pedro Sánchez para avanzarse a la crisis que se prevé para el próximo otoño sobre las economías domésticas. Iniciado un nuevo ciclo electoral, todos se juegan mucho. Sobre todo el presidente del Gobierno, porque es el quien más tiene a perder.