La paz que firmaron ayer los dos sectores enfrentados de Vox supone, de momento, el fin de un esperpento que se ha prolongado durante más de una semana. Los cinco diputados amotinados -Idoia López, Manuela Cañadas, María José Verdú, Agustín Buades y Sergio Rodríguez- llevaron a cabo un golpe interno y trataron de quitar de sus cargos al presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, y a la presidenta del partido, Patricia de las Heras. Llama la atención la generosidad de la dirección nacional, que perdona a los díscolos con un frágil acuerdo entre las dos partes que parecía inalcanzable. Si la crisis se ha cerrado en falso no pasará mucho tiempo hasta que se reactive de nuevo, esta vez con consecuencias más drásticas.
Las partes reconciliadas alegan que hubo filtraciones interesadas y, sin nombrarla, se refieren, entre otros, a la carta de Patricia de las Heras, y en la que atacaba a Jorge Campos, histórico fundador del partido en Mallorca, y a su exmujer Montse Amat, a los que acusaba de «actuaciones mafiosas» y dirigir la formación como si fuera «un cortijo». El cese de las hostilidades en Vox es, sin duda, un alivio para el PP, que asistía al desmoronamiento de sus socios con una mezcla de incredulidad y preocupación. La estabilidad del Govern depende, en buena parte, de la buena salud de la formación de Abascal en las Islas.