El mundo contiene la respiración y aguarda con tanta inquietud como preocupación el resultado de la jornada electoral que protagoniza Estados Unidos. Unos comicios presidenciales que se celebran bajo el doble signo de la polarización y la incertidumbre. En el primer caso, por la enorme división social y política en la que se hallan sumidos los ciudadanos del país, con diferencia prácticamente insalvables, que conducen a la discrepancia más radical e incluso a la imposibilidad de abrir diálogos para alcanzar pactos institucionales. Y por las dudas en torno al empate técnico que pronostican los estudios demoscópicos entre la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump. En 2020 ganó el candidato demócrata, Joe Biden, con 306 votos electorales frente a los 232 de Trump. En voto popular, Biden recibió 81 millones de votos mientras que Trump obtuvo 74 millones.
La victoria de Harris será interpretada en clave de continuidad democrática, mientras que el triunfo de Trump es percibido con desasosiego -hay gran intranquilidad en toda la Unión Europea- porque el expresidente es asociado al fanatismo y a un nacionalismo populista. Sobre Kamala Harris recae la gran responsabilidad de frenar esta deriva autoritaria y de escribir, para la historia de Estados Unidos, la página pendiente de la primera mujer elegida presidenta.