Margarita Caules Ametller
La calle Nueva, junto a la Ravaleta, desempeñaron un gran papel para los mahoneses, principalmente los liberales o progresistas. Con la apertura del Nuevo Centro, que con el transcurso de los años se llamaría American Bar, fue el iniciador a la modernidad. Hoy perfumería con puerta a las 2 calles. En aquel establecimiento, Las señoritas se subieron por vez primera en altos taburetes colocados junto a la barra, dando mucho que hablar a la vez que mirar. Los caballeros quedaban boca oberta, al poder contemplar desde cualquier mesa del establecimiento, las piernas de las pocavergonyes, como las calificaban las mujeres serias, ses que tenien cara i ulls. Aquellas piernas, cubiertas con medias de seda, en color natural. Para quien lo ignore, se podría añadir que eran tan gruesas o más que las tupidas de espuma, que se usan en la actualidad.
Si en Barcelona contaban con el famoso bar Torino, creado en la época modernista, según me explicaba el mecánico de la motora de La Mola, añadiendo que su propietario era un italiano llamado Flaminio, que tuvo la osadía por el decir de sus conciudadanos de abrir sus puertas al público en 1902, un bar donde se pecaba a la vista de todos. Con el tiempo me enteré que tales pecados eran ir al mismo sin carabina, punto de encuentro de jóvenes que vivían 30 años adelantados a los de su entorno. Tras hacer una larga investigación sobre el Torino, he logrado conocer una curiosidad del local, en el que intervinieron arquitectos tan conocidos como Josep Puig i Cadafalch, Pere Falques i Antoni Gaudí.
A buen seguro, aquellos inspirados cafés barceloneses sirvieron de modelo, a nuestro entrañable Dineret. En los veranos de mi infancia, en que se desplazaban a la isla unos parientes de la ciudad condal, al pasar por el Dineret siempre repetían lo mismo. Veían en él una copia de La Maison Doree, de la plaza Cataluña 22. Aquel lujoso local, que anteriormente fue la famosa chocolatería La Mallorquina, servía lo propio de cualquier cafetería, disponía de biblioteca, sala de juegos y servicio de comedor, todo tal cual el casino La Unión , pudiendo añadir algo más, don Pedro Derresdies, conserje del lugar, copió la vestimenta de los camareros. A la vez que el arquitecto interiorista como se llama en la actualidad fue el señor Femenias. Tot un detall, idéntico al barcelonés.
A principios del siglo XX apenas se viajaba, digo mal, quería decir que tan sólo salían de la isla los señores, éstos acudían a las carreras de caballos de La Zarzuela en Madrid y principalmente iban a jugar a la ruleta a Montecarlo. Por cierto, en el fondo del tintero reposan sucoses historias de aquellas salidas. Con aquellos viajes, regresaban con las maletas y baúles, repletos de ideas de decoración, que una vez aquí ponían en práctica, sucediendo con los establecimientos dirigidos al público.
Mahón estaba repleta de tiendas las que pasaron a denominarse ultramarinos, a la vez que otras muchas verdulerías que despachaban leche, queso, requesón, manteca, lo propio de los derivados de los productos lácteos. Tiendas ben posades, lo que ahora se denominan delicatessen, tan sólo destacaban 2, el famoso Colmado la Viña del señor José Sicre de la Ravaleta y junto al Dineret, actual comercio de La Perla. Abrió sus puertas Gabriel Cavaller Coll, conocido el establecimiento por Can Cavallé. Hasta 1918, encuentro que se trataba de una platería de Olives Hermanos.
Bili Cavaller Coll, natural de Migjorn, el 2º de los hijos de Lorenzo Cavaller Galmés y Margarita Coll Allés. Bartolomé era el mayor, el tercero Lorenzo, le seguían Juan y Pepe. Gracias a la hija de éste, na Luz, he podido saber detalles familiares de sus antepasados, detalle que le agradezco, al igual la aportación de las fotografías.
Su padre, el recordado Pepe Cavaller Coll ( Migjorn 20-5-1910), pasó a vivir en nuestra ciudad cuando tan sólo contaba 14 años. Su hermano Bili, joven inquieto, espabilado y muy estudioso, hacía varios años que ya se había desplazado para poder acudir al colegio de los hermanos de La Salle.
La familia se trasladó, en busca de un mejor porvenir para sus 5 hijos. De haber quedado en su pueblo natal, tan sólo podían escoger entre la rama del calzado o albañilería.
Bili Cavaller abrió un comercio de alimentación al estilo "boulangerie", como llaman los franceses. Vecino por medianera con el Dineret. Allí se podían adquirir los mejores licores y los más prestigiosos champanes, aceites de oliva, enlatados nacionales y extranjeros, embutidos, jamones de pata negra, caviar, un gran surtido de fiambres, quesos, pastas para sopa, conservas y salazones, a buen seguro que debieron disponer de infinidad de cosas más que me es totalmente imposible enumerar y que a la vez no puedo ni debo olvidar las galletas de las llamadas variadas presentadas al publico en preciosas cajas. Según Luz, disponían de mucho trabajo y su padre con tan sólo 14 años ayudaba al hermano en multitud de quehaceres, dentro del establecimiento, despachando al público y sirviendo en domicilios. Debo añadir que con él también trabajó su hermano Juan.
A principios de los años 40 llegaron a tener dos comercios, junto el Dineret y en la cuesta de la Plaza, el colmado La Palma, del que hace pocos meses ya hablé, dando a conocer infinidad de detalles y curiosidades de aquella casa.
Pepe Cavaller fue íntimo amigo de juventud con Gori, les unía algo en común, la mecánica, lo recuerdo en el garaje de la calle de Santa Catalina, donde pasaban horas hablando sobre el tema. Pepe se casó con Margarita Serra Moll, a la que una servidora admiraba por su manera de ser, era encantadora, ambos reposan en el cementerio de su entrañable Migjorn, junto a su yerno, que en vida fue un auténtico hijo.
Queda mucho por decir y escribir de José Cavaller, algo que me propongo hacer en cuanto reanude la historia de la Bisutería y sus bisuteros, no en vano regentó un afamado taller en la calle de las Moreras de nuestra ciudad.