La semana pasada se publicó en el BOIB la moratoria comercial que impide la apertura de grandes -realmente no tan grandes- superficies en los polígonos. La propuesta tiene sus buenos argumentos en eso del tejido social, la cohesión y el ambiente comercial en favor de los cascos urbanos. Y rechaza todos los argumentos en contra, la veintena de recursos de asociaciones, empresas y hasta de ayuntamientos bien argumentados también.
La noticia casi coincide con la revisión ayer en Madrid de la declaración de servicio público del transporte aéreo interinsular. La cosa tiene su miga. La moratoria comercial aparentemente beneficia al comercio local -por eso debe apoyarla la patronal menorquina del ramo- porque el cliente no tiene más remedio que comprar aquí. Craso error, cada vez hay más expediciones de compra a Palma y a Barcelona e incluso sin moverse de casa, a través de internet, el consumidor se informa, compara y compra allí porque le sale más barato. Además de ropa, muebles, complementos y otros accesorios, cada vez son más los que compran hasta coches en concesionarios de fuera. Tiene sus riesgos, pero el criterio económico es el que guía la conducta del comprador. De modo, que para asegurar el efecto real de la moratoria comercial habrá que subir también los precios del billete -más (?)- del avión. Corralito comercial, vaya.