Uno que pensaba quejarse de los bárbaros actos como rotura de jardineras y un sinfín de cosas más, llevadas a cabo en las madrugadas de los fines de semana, se queda corto tras haberse enterado de esta nueva acción vandálica de hace unos días, consistente en el destrozo de una columna talayótica en Trepucó. Solemos bautizar como "barbaridad" a todo este tipo de actos utilizando términos comparativos con los de aquellos bárbaros que asolaron el imperio romano y aunque los fines no eran los mismos, la aureola destructiva ha sido desgraciadamente heredada por todas las generaciones posteriores. El daño gratuito y el placer de ocasionarlo debe ser seguramente la moneda con la que el autor de ello debe sentirse suficientemente pagado, monedas como la demostración de ¿hombría? frente a ellas y ellos, la fuerza bruta más impregnada de brutalidad que de fortaleza y un sinfín de etcéteras bañados, como no, por un sinfín de condicionantes de dudosa legalidad. Estos actos deben permitirse se repitan en dos o tres ocasiones, pero no más. Si los ojos de la ley, las miradas directas y puntuales in situ no son suficientes, porque sería necesario que hubiera mucha más presencia policial, pero sabemos son escasos los efectivos, que sean otros ojos, los electrónicos, quienes velen por la tranquilidad de quienes no tienen ningún problema en ser indirectamente observados porque tienen la conciencia tranquila y nada que esconder. No hay nada más desalentador que sentirse grano de arena en un desierto e incapaz de solucionar un problema, pero mucho más desalentador es, si el problema, el daño da de pleno en tu propia carne o en la de los tuyos. Hay que ponerse las pilas!
En pocas palabras
La llegada de los bárbaros
Jesús Jusué |