Hay paradojas de dudosa comprensión. Los controladores aéreos se embolsan unos emolumentos que no se corresponden con años de duro aprendizaje, el sacrificio de la formación o las dificultades extraordinarias que han de superar para llegar al puesto de trabajo que ocupan. Más bien, su privilegiado estatus obedece a la presión sindical, que cuando juega contra la Administración, con unos patrones, por tanto, que no responden de su patrimonio o de sus beneficios, alcanza prebendas impensables en cualquier otro ámbito laboral. Por si fuera poco, "controlan" un sector estratégico, en sus manos está el tráfico aéreo, la economía del mundo. Entre las razones por las que sopesan convocar la huelga en pleno mes vacacional figura el estrés, el que les provoca el ministro con medidas para recortar sus privilegios y el estrés que produce la pasta propia cuando empieza a escasear a su alrededor.
Los conflictos laborales suelen despertar solidaridad entre el resto de los trabajadores, pero el de los controladores más bien indigna, porque no se entiende que siendo un colectivo tan bien tratado abusen de un derecho pensado para alcanzar la dignidad en el trabajo allá donde no existe, porque lastima los derechos de muchos más, millones de pasajeros, porque arruinan la economía, por tantas razones conocidas y tantas otras sospechadas.