Mientras la temporada turística continúa su curso hacia la desembocadura de finales de octubre, y sea entonces, como cada año, el momento oportuno para evaluarla, desde distintas instancias económicas, tanto públicas como privadas, se vienen esbozando ya lecturas sobre la misma. Habitualmente, la valoración del turismo en la época estival ha consistido en la calificación de la temporada exclusivamente en función del número de pasajeros llegados a la isla, de manera que, simplistamente, a más pasajeros que en el año anterior le correspondía una calificación positiva, y negativa en el caso de que éstos disminuyesen respecto al mismo periodo.
Como quiera que en los últimos años la cifra de pasajeros internacionales fue decreciendo sin tregua, quienes pretendían ejercer oposición al Gobierno – y no sólo desde instancias políticas-, se acogieron al silogismo de: "si llegan menos turistas que el año anterior, entonces la temporada es mala". La persistente utilización de esta regla, efectivamente, ha dado sus réditos a quienes han hecho uso de ella tendenciosamente. Es lamentable observar que quienes la han venido utilizando han logrado que fragüe en la conciencia social el error de creer que sólo la cifra de turistas es suficiente para calificar la temporada. Se han obviado parámetros de valoración tan importantes como son el gasto promedio, el beneficio marginal por estancia, la tasa de empleo por estancia, el bienestar económico neto, la satisfacción del turista, etc, etc.
Pero los datos de este año apuntan hacia la consecución de un punto de inflexión en la llegada de turistas; afortunadamente, la curva empieza a perfilarse en sentido ascendente; tendencia anhelada pues hemos configurado una industria turística que necesita masa crítica.
La alarma, sin embargo, se ha disparado para los defensores del silogismo tendencioso mencionado pues contrario sensu: "si llegan más turistas la temporada es buena".
Les urge, pues, invalidar el silogismo para evitar concluir y admitir que podamos tener una buena temporada. Para ello, acuden ahora al parámetro de la rentabilidad a fin de poder seguir aferrados al silogismo inicial e invalidar el actual. De esta manera su conclusión es que: "aunque haya más turistas, la temporada es mala pues éstos gastan menos que antes".
Este reiterado recurso argumental es preocupante, y por ello debo denunciarlo pues encierra un mensaje pernicioso al modo de: "todo tiempo pasado fue mejor", usándose ahora para espantar cualquier atisbo de esperanza en que las cosas podrían empezar a mejorar.
En estos momentos los análisis no pueden limitarse a la tendenciosa búsqueda de un año del pasado contra el cual confrontar las cifras actuales para poder concluir que "antes siempre fue mejor"; eligiendo, precisamente, aquel o aquellos años de la hemeroteca que permitan dibujar un escenario presente permanentemente negro. Por supuesto, la historia nos ofrece años para la comparación cuyos resultados dejan patente los logros alcanzados por nuestra sociedad y nos animan a seguir adelante, pero éstos son –qué coincidencia!- los no invitados a la fiesta.
El obsesivo recurso al pasado para evaluar el presente en ningún caso es aconsejable, pues esta práctica puede favorecer que los ciudadanos se instalen en una crisis de realidad.
Crisis que se originaría como resultado de la incapacidad que acabásemos padeciendo para aceptar que los tiempos han cambiado, por lo que es absolutamente estéril e inútil la permanente comparación entre los tiempos actuales y los pretéritos. Éstos fueron como fueron por mor de unas circunstancias económicas y sociales que no son hoy reales por no darse ya en la actualidad.
Conduzcamos nuestro futuro social mirando al frente, despeguemos la mirada del retrovisor no sea que nos empotremos contra la realidad que tenemos delante.