Era, en palabras de muchos, un "bicho raro". No faltaban quienes le definían como un tozudo "contracorrientes". Pocos, muy pocos, sin embargo, negaban el encanto que desprendía… Se empecinaba, por ejemplo, en negar la fealdad de los otros, incluso en aquellos casos en que ésta era incuestionable. Para argumentar su negación, trascendía de lo puramente físico y hablaba de la belleza de una voz o del tacto, suave, de una piel… Sabía, también, escuchar y rara vez hablaba. Pero cuando lo hacía, cautivaba. Sostenía, entre otras cosas, la vigencia del perdón, unida, por esencia, al olvido y se mostraba apolítico. Creía, como Unamuno, que los salvapatrias no llevarían uniforme, ni ocuparían escaños… Mantenía, con firmeza, que sólo la suma de infinidad de heroicidades anónimas de gentes aparentemente anodinas, redimiría el mundo…
Era, en palabras de muchos, un "bicho raro"… Otra de sus peculiaridades era la de su lentitud… En todo. Esa que asedaba. Y la de su alegría que abandonaba los lindes de su cuerpo, constantemente, para contagiarse por donde anduviera. Una alegría que nadie podía comprender, después de la tragedia vivida… Entre sus excentricidades sobresalía el hecho de que jamás se le había oído criticar a alguien… Aquella actitud heroica de no "asesinar anímicamente a nadie" (expresión por él acuñada) exasperaba a algunos miembros bien pensantes de su vecindario que, sin embargo, y sin poderlo remediar, le admiraban y muy a su pesar.
Era, en palabras de muchos, un "bicho raro"… Creyente convencido defendía la tesis de que los Evangelios y la carta de San Pablo a los Corintios eran, sin duda, el mejor programa electoral y donde anidaba la auténtica izquierda, aún siendo consciente de que iban mucho más allá… Consecuentemente, lo justificaba todo. Lo aguantaba todo e, incluso, se rodeaba de gentes que Reme, su vecina, calificaba de mal vivir… ¡UF¡ Cuentan que tampoco era extraño verle en las playas de Menorca, en los atardeceres invernales, en compañía de su perro, tumbado sobre la arena, dedicado, única y exclusivamente, a escuchar la sinfonía de un mar que se adormecía, asedado en ocasiones, cabreado en otras… Sus peculiaridades eran incontables y, en una neo narrativa oral, cantadas -susurradas, más bien- por insidiosos juglares que las propagaban, con voz baja, y un ápice de malicia, por la barriada, sorprendida, envidiosa e incomodada… ¡UF!
Y, para más "inri", se proclamaba feliz. Aunque esa afirmación era puramente retórica, porque sudaba dicha…
Era, en palabras de muchos, un "bicho raro". No faltaban quienes le definían como un tozudo "contracorrientes", sí…
Tal vez todo se debiera a su "ceguera", adquirida, y a que sus ojos, con los que observaba la vida, eran, ya, otros…