Parece ser que en una mayoría de países europeos se está debatiendo, ya con gran intensidad, la problemática de la inmigración en su relación (o interrelación) con las formas de vida europeas. Se debate la influencia de la inmigración, específicamente la musulmana, en cuanto afecta a las formas de vida que han respaldado las culturas que han sido básicas para formar la idea de Europa.
Existe una diferencia esencial entre el "melting pot" americano y la emigración a Europa. Mientras en los Estados Unidos los emigrantes se han integrado más y mejor, por contar el país con menos base histórica, en Europa la referencia a la historia es esencial para rechazar los intentos de introducción de nuevas formas de vida. Los blancos americanos fueron en su día inmigrantes, los europeos son originarios de su tierra.
Así, la cuestión en Europa es que mientras para algunos se trata de reafirmar o defender la personalidad europea, otros perciben este debate como simples actitudes xenófobas. La diferencia de concepciones y percepciones es abismal. Es curioso encontrar una transversalidad política donde se intercambian posiciones las derechas y las izquierdas en un "totum revolutum" que no permite identificar y separar las opiniones globales de unas y de otras.
Sí, parece difícil encontrar un punto de encuentro entre el respeto debido a una tierra de acogida y la posibilidad de mantener vivas las raíces de donde se proviene. En este debate no debería de olvidarse que Europa, la tierra de acogida para esos inmigrantes, tiene su propia cultura y sus propios valores que no pueden ser socavados o pretender su sustitución por los que puedan traer los "new comers". Desde un punto de vista europeo, cualquiera que intente eso debería de poder ser expulsado del país de acogida. Cada vez son más los que creen que debe de haber respeto y tolerancia hasta el punto justo donde comienza la voluntad por reemplazar e imponer una nueva visión del mundo en un lugar donde ya la tiene asentada desde hace ya muchos siglos.
Después de que muchos países europeos ya han vivido (o siguen viviendo esa polémica) este debate ha estallado ahora con inusitada virulencia en Alemania. Todo empezó el pasado septiembre cuando un libro ("Alemania se disuelve") de un economista socialdemócrata alertó sobre "una supuesta degeneración de la nación a través del aporte emigrante extranjero". Este pasado fin de semana, Angela Merkel ha declarado que la multiculturalidad ha fracasado en Alemania. Las teorías relativistas y permisivas se ven así desautorizadas frente al "laisser faire" de estas últimas décadas. A mediados de los setenta yo mismo viví en Hamburgo la problemática que representaba que barrios completos de la ciudad hanseática estuviesen ocupados únicamente por turcos. Hace más de treinta años ya se hablaba del problema. Todas las tiendas, rótulos, inscripciones, etc. estaban escritas en turco. Las costumbres eran turcas y la forma de vida era turca. Aquellas calles, aquel territorio no era Alemania. Eran un mundo aparte, particular, dentro de la sofisticada ciudad-estado alemana. Eso pasa en casi todas las ciudades donde se han asentado numerosos grupos de emigrantes de un mismo país. Forman su propio país dentro de Europa.
Merkel ha recordado que los trabajadores extranjeros que iban a trabajar a Alemania eran denominados "trabajadores invitados" (gastarbeiter) pero, dice, "ahora viven aquí". "Nos engañamos a nosotros mismos cuando dijimos que no se iban a quedar, que en algún momento se irían". No se trata de rechazar otras creencias sino "que se reconozcan y respeten nuestros valores fundamentales". Ha dicho que la imagen y percepción del Islam se caracteriza por la aplicación de la ley islámica, la ausencia de igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y la práctica de costumbres que chocan con las europeas. No peor es la percepción del aprovechamiento que muchos hacen del estado social del bienestar que tanto ha costado construir a los europeos.
En Menorca deberíamos de preguntarnos qué pasaría si se realizase una encuesta sobre estas cuestiones. Una encuesta privada y valiente, sin tapujos. Cualquier menorquín con conocimiento de su entorno sabe ya perfectamente la respuesta.