Allá por la primavera de 1927, los mahoneses andaban preocupados al enterarse gracias al pregonero de lo poco halagüeño que resultaba ser la demografía de la ciudad.
Nada lisonjeros son los datos, empezaba el canto del municipal a toque del tamboril. En aquella ocasión, los perfilados bigotes de la autoridad se encontraban perfectamente engominados para la ocasión, el alcalde, don Antonio Victory Taltavull, exigía a su personal pulcritud, pulcritud, y a vueltas con la dichosa pulcritud. Los empleados del ayuntamiento n'estaven des batle, fins allà dalt, no en podien dur més, l'haguessin fotut de dalt baix de la Miranda.
Continuó, con su entonación de costumbre, diciendo: Se hace saber al pueblo que se celebran muy pocos matrimonios, en total 18, desde el 20 de diciembre al 22 de marzo. Con tan solo 67 nacimientos y 121 defunciones. s'ha mort masa gent, açò no pot anar bé mai del món.
Imagino que alguna risa debió provocar aquel comentario. Mientras se disuadía el coro de público, establecido en la esquina de la Ravaleta con la plaza del Carmen, donde colgaban de un clavo cantidad de cestas, recién llegadas con algún velero procedente de Manacor y San Lorenzo Descardezar, pueblos mallorquines conocidos por su trabajo, hoy diríamos, artesanal. La verdad sea dicha, nadie como las mujeres de ambas ciudades trabajando la palma, eran muy diestras, en un santiamén realizaban los metros o los palmos precisos para la confección de las cestas que las amas de casa usaban para ir a comprar, al igual que es ventadors, per animar es foc de carbó. En aquella casa, que con el tiempo ocuparía Juanito Sturla, se encontraba la tienda del señor Riudavets, padre de Consuelo, la misma que despachó a muchas de nosotras los primeros potingues para estar más guapas, mostrándonos la fórmula mágica para realzar las pestañas, después de poner un toque de saliva en la cajita de color negro donde decía Ricils, y que con un pequeño cepillo lograba verdaderos milagros. Su otra hija era Blanca, esposa del inolvidable Deleuse, abuelos de Juan Miguel Tutzó, joven sacerdote, que de seguir tal como nos demuestra a todos arribarà enfora, esperando no agafi res dets altres, continúa siendo tú mismo, que lo haces muy bien.
En la entrada no cabía nada más. Sacos llenos de cereales de diferentes precios y calidades. Todas las mañanas exponía sus productos, bueno… todos no, difícil hubiera sido exponerlos todos, el comercio llegaba hasta la calle del Norte, frente la entrada actual de los pisos de La Caixa. Comida para aves, cerdos, se encontraban platos, tazas, vajillas de diferentes calidades, lo que se conocía como loza. Alpargatas, que adquirían los payeses, aprovechando la salida del mercado, cordeles, cuerdas, fil de emplomar, arroz, café, haciendo la competencia a su vecino, uno de los mejores tostadores de aquel Mahón. Cuando el mecánico de la motora me explicaba sobre el particular, añadía que era tal la rivalidad entre ambos, que solían colgar en la ventana un cartón a modo de cartel publicitario, con el siguiente mensaje:
Tan sólo en esta casa se despacha al público el autentico café des bo recién tostado, procedente del Brasil. Mientras el otro hacía lo propio diciendo: Desconfié de falsas publicidades, el bueno, el mejor, tan sólo se encuentra en este comercio. Si al comprarlo y probarlo no queda satisfecho, le devolvemos su importe, obsequiándole con cualquier otro producto, elegido por usted.
Y continúo opinando que muchos de los contertulios de aquella mañana de abril debieron bajar hasta la pescadería, que se hallaba en obras, éstas dieron mucho que hablar.
Según la prensa, en la primavera de aquel año el señor Sebastián Lladó mostraba orgulloso la obra de la plaza España, que debía entregar en julio. En aquellos momentos se reencontraban recién acabados los muros y tejados, ya bien a la vista los ventanales miradores y puertas, el nuevo mercado de pescado ofrecía interior y exteriormente una perspectiva clara y definida de lo que debía ser. La visión era muy agradable para los que entraban en aquel recinto. Aire, luz, ventilación, anchura, espacio, era la impresión del conjunto.
Todo el interior estaba pavimentado con baldosas hidráulicas en relieve, lo que en el ramo de la construcción conferidos a los mercados se comentaba verdaderamente lujoso e higiénico. Embaldosada la faja de circunvalación, ancho de cinco metros y medio, en lo que actuaran compradores y vendedores. Delineando toda la faja de circunvalación a conveniente distancia de la pared las mesas de venta, ya colocadas y que repartidas en trozos de un metro veinte centímetros, daban un total de sesenta puestos, lo que excede mucho de los necesarios para el servicio diario normal y permitirá por lo tanto con holgura hacer secciones especiales para determinadas ventas, escribía el periodista.
Las mesas tenían la concavidad e inclinación conveniente y su correspondiente desagüe. Para el del mercado hay los sumideros precisos y necesarios. Una fuente proveedora del preciado líquido será en su día instalada, continuaba comentando el redactor.
Se trabajaba afanosamente, la inauguración debía celebrarse el 16 de julio con motivo de la festividad de la Virgen del Carmen, junto a otra gran remodelación como fue la plaza del Almirante Augusto Miranda, todo ello bajo una misma batuta, la del señor Lladó.
Llegó la víspera de la patrona del mar, la plaza España se abarrotó de público, la verbena popular fue un éxito, la gente se apretujó de tal manera que apenas se podía caminar. Hubo música, iluminación y suelta de globos, coreado por el consabido… oh… mientras todos dirigían su mirada al cielo, donde subían cantidad de ellos, confundiéndose entre las palomas recién salidas de sus palomares.
A las doce se abrió con llave la puerta de la nueva pescadería, dando entrada para ser bendecido, mientras las autoridades ceremoniosamente acompañaban al eclesiástico i açò que ses autoritats eran republicanes.
En los puntos de venta se encontraban las balanzas. En cada uno de los lados de entrada estaba adornado con ramaje y flores, también banderitas. A la derecha se instaló un altar con la imagen de San Pedro, patrón de los pescadores. En las fachadas de los edificios particulares, lucían colgaduras, por todos los alrededores, se agolpaba la muchedumbre.
A la puerta, todavía cerrada, esperaban el concejal inspector de la plaza y mercado, suplente en ausencia de don Pablo del Amo, ocupó su puesto don Diego Botella. El arquitecto municipal don Francisco Femenias Fábregas, autor de tan celebrado proyecto, el contratista Sebastián Lladó y el inspector técnico de la venta de pescados don Cirilo Abadía.
El primer pescador que acudió para expender la mercancía fue un jovencísimo Antonio Llabrés Llopis, hijo del bolitxer, Antonio Llabrés Barber. Y el primer cliente de aquel primoroso mercado Francisco Coll Riudavets, que tras adquirir dos hermosos pescados, los entregó a la superiora del Hospital, para los ancianos de mayor cuidado.
Se me había olvidado decir que alrededor del recinto colgaban modernas cortinas al estilo balcones barceloneses, para evitar la luz solar sobre la mercancía.
Finalizó la fiesta con coca y chocolate para todos los asistentes, cantos y vivas dirigidos a la autoridad.
Lo que se olvidó escribir en la prensa es que los pescadores no vieron ni celebraron del mismo modo con vivas y alegrías el tema pescadería. Ellos continuaban cobrando una miserable paga que no arribava aumont, mientras los señores de la pesca iban adquiriendo casas y acumulando fortuna, a consta de explotar, como siempre ha sucedido y sucederá, a sus empleados.
Para todos ellos, cuantos se encontraron faenando en el mar, bien fuesen remeros, pescadores, marineros, entre los cuales se hallaron mis antepasados por línea paterna, mis flores y una oración.