Leo con interés un artículo sobre la última carrera profesional que, al parecer, no es un acceso directo a las listas del paro: 'matchmaker', o lo que es lo mismo, los encargados de emparejar a los solitarios que navegan por el cyberespacio en busca de su media naranja. Es otro de los exitosos negocios surgidos al calor de la red de redes y lo primero que llama la atención es que, cualquier actividad antaño mal vista -como esa de correveidile, alcahuete o, en llano, liante en versión amorosa-, se rebautiza con el término anglosajón y, ayudada por internet, se convierte en una actividad rentable que, además, parece tener más garantías de éxito que la clásica cita en un bar o en un restaurante.
Y es que en estas empresas del emparejamiento no se dejan las cosas al azar, se acabó aquello de que el amor es ciego, porque la ciencia ayuda, y existe hasta un logaritmo denominado 'química' para descifrar los secretos de la compatibilidad y evitar al máximo los desengaños. Será por una sobredosis de cine azucarado y romántico, pero ¿no es mejor el riesgo que las matemáticas?