Cada vez que vengo a Menorca, procuró pasar, aunque sea unos minutos, por Favàritx. El paisaje me parece sobrecogedor y mágico desde la primera vez que vine a la isla. Me gusta en verano, en las noches de luna llena reflejada en las lascas de pizarra que forman el cabo, cuando dice la leyenda que si andas sobre los charcos que se forman en sus alrededores, fruto de pasados temporales, recibes de la luna y del agua del mar fuerza, energía y fertilidad. Me gusta especialmente en invierno, los días de tramontana, cuando la mar muestra toda su violencia y grandiosidad estrellándose contra las rocas, azotando y cubriendo de espuma cuanto rodea al faro.
Siempre le decía a mi mujer que Favàritx era el sitio para vivir en Menorca, ante su cara de horror pensando en la soledad de la zona y en las inclemencias del tiempo, sobre todo en el viento de tramontana de las noches de temporal. Y siempre pienso que esa atracción, la que yo siento, tiene que ser compartida por mucha gente y, prácticamente, por todos los menorquines. La belleza del lugar, su atracción, su fuerza lunar, son inequívocas. Contemplación, soledad, misterio.
En la Nationalgalerie de Berlín hay un cuadro de uno de los últimos pintores románticos de Alemania, Hermann Eschke, titulado "Leuchtturm auf der Klippe bei Mondschein" (1879), algo así como "Faro en el acantilado a la luz de la luna". El pintor, Hermann Wilhelm Benjamin Eschke (1823-1900), discípulo de William Herbig y de Lepoittevin, se especializó en marinas y consiguió con sus mezclas de agua, luz y aire algunos paisajes verdaderamente llamativos, de enorme belleza. El cuadro que aquí comento me llamó la atención porque podía haberlo encontrado igual en el Museo de Menorca con un cartelito que pusiera "Hermann Eschke: Faro de Favàritx, 1879". El problema es que el faro no se construyó hasta 1922, cuando el pintor llevaba varios años enterrado; y que, aunque viajero incansable, cuyos biógrafos le atribuyen andanzas por casi todos los mares, incluido el Mediterráneo, no he podido encontrar ninguna referencia a que visitara Menorca. Pero su cuadro puede ser Favàritx: sobrecogedor, espectacular, lunático. Un Favàritx entonces inexistente, salvo en la mente del pintor; un Favàritx que sin duda recreó en su imaginación, seguramente tomando el modelo de alguno de los faros de la costa del Báltico, por donde tanto viajaba, siempre con un bloc de notas donde iba recogiendo apuntes y bocetos para luego, en la tranquilidad de su estudio, dejando vagar su imaginación y su reconocida habilidad en la pintura naval, en las marinas, recrear los paisajes que había visto, aportando a los mismos su talento y su excelencia creadora.
Un romántico, un artista, un visionario que hace que cuando visitas Berlín, su museo, te sientas transportado a Menorca, a uno de los parajes más bellos de la isla, al faro de Favàritx.