El paso del tiempo puede hacer rectificar a uno las opiniones que pudiera haber tenido sobre episodios del pasado. En mi caso ahora reconozco y agradezco especialmente las clases que Don Juan Hernández Mora nos impartía en el Instituto de Mahón. Creo que finalmente resultaron mucho más productivas de lo que, en aquellos tiempos de adolescencia e inconsciencia, uno pudiera intuir. Aquellas sesiones tenían sus propias características, algunas incluso jocosas, pero tenían personalidad, tenían estilo y sin duda te educaban. Nunca he olvidado una de sus enseñanzas más repetidas: "¡Chicos: no seáis masa, sed minoría!".
La masa es fácilmente manipulable especialmente si se la extorsiona con apelaciones a los sentimientos más primarios y menos evolucionados (que son los más fáciles de entender por simples). Mientras la inteligencia tiene un poder disolvente (por cuestionarse libremente su voluntad de pertenencia a un grupo), la sensación de ser parte de una masa o un grupo determinado, es la de formar parte como eslabón de un todo sin cuestionarse si ello es bueno o no lo es.
Dice José Antonio Marina que "somos híbridos de naturaleza y cultura, lo que significa que estamos supeditados a un determinismo genético y a un determinismo cultural. Repetimos alegremente que nuestra identidad depende de nuestra pertenencia a un pueblo, una nación, una religión y una cultura. ¿Qué ocurre si esa cultura se encanalla? ¿Qué pasa si esa sociedad se vuelve estúpida? ¿Es verdad que el pueblo siempre tiene razón? ¿La democracia nos hace a todos listos, de repente?". Y añado yo: ¿no puede surgir la disidencia consciente ante tanta tontería generalizada?.
Las fórmulas para dominar los sentimientos del pueblo son siempre distintas pero siempre iguales. Se basan en repetir falacias, mentiras e inexactitudes de forma machacona hasta que el detritus confeccionado penetre en la mente popular. En las puertas de los campos de concentración nazis se leía la leyenda: "Arbeit macht frei" (El trabajo libera).
Sí, hace tiempo que los escrúpulos han sido apartados y aparcados lejos de la verdad.
Actualmente una de las consignas (de hecho, un latiguillo) más inoculados a la opinión pública de cualquiera de los "territorios periféricos de España" es la necesidad de conseguir la "cohesión social" bajo la imposición de "la" lengua regional (¡una, grande y libre!). Naturalmente eso es la "cohesión social" desde el punto de vista del nacionalismo disgregador. Ese es un lema impune e insistentemente utilizado por todas las "falanges nacionalistas" al uso cual clásico "agit-prop".
Las sociedades no se cohesionan con las imposiciones, contrariamente se descosen. Se descosen por motivo de que una imposición es siempre anti natural, por eso debe de imponerse, por serlo. La única forma de "cohesión social" real se basa en la forma del lenguaje que la mayoría de la población conoce, no en la que un grupo determinado quiere imponer a los otros. En Menorca todos los diferentes grupos de habitantes que conviven en la isla conocen mayoritariamente el castellano. Muchos de ellos están familiarizados con el menorquín. Pero a todos ellos se les quiere imponer un catalán ortopédico y ajeno a la isla.
Pueden ser muy loables los intentos por conservar una determinada lengua pero ello no se puede hacer a costa de transgredir la libertad de otros ciudadanos que no sienten esa misma necesidad por no formar parte de sus sentimientos. Ello, aquella pretendida buena intención, se transforma en imposición y por tanto conduce a políticas rígidas, se fomenta la intolerancia y se deriva hacia el odiado totalitarismo. Forzar sentimientos es perverso.
La sociedad se cohesiona sola. Se cohesiona por los indicativos sociales que la componen. Inducir la cohesión social en una determinada dirección es puro dirigismo. La supuesta defensa de un colectivo nunca puede usurpar la libre decisión de un ciudadano individual que es, en última instancia, el único dueño de su vida. Querer dirigir la cultura es practicar el fascismo.
En Menorca hay una doble imposición. Después de casi prohibir el castellano en las administraciones de la isla (se ha convertido ya de hecho en un idioma casi proscrito) no se quiere (ni se permite) que los niños menorquines aprendan las particularidades del menorquín en las escuelas de la isla sino que se les somete a una inmersión lingüística forastera en aras a promocionar ideologías políticas
Es la pretendida "cohesión social" transformada en dictadura.