Jerusalén es una ciudad de una intensidad única y difícilmente repetible. Tres veces santa (una por cada religión abrahámica), destruida en dos ocasiones, sitiada 23 veces, conquistada y reconquistada en 44 ocasiones y atacada otras 52. Tiene más de 6.000 años y todavía hoy es una ciudad dividida. Cuando uno pasea por sus calles empedradas siente sobre sí todo el peso de su historia, una mezcla de sobrecogimiento, respeto y temor que le hacen sentirse como si estuviera caminando sobre muertos. Y es que Jerusalén es también un gigantesco cementerio. Frente a la Puerta Dorada, por donde muchos judíos creen que entrará el Mesías, está el cementerio de Josafat, en el que por una tumba se llega a pagar hasta un millón de dólares. Detrás, desde el Monte de los Olivos se puede contemplar la imagen más bella y conocida de la ciudad.
Es tan poderosa, tiene tanto magnetismo esta ciudad que existe un síndrome psiquiátrico que lleva su nombre. El síndrome de Jerusalén fue diagnosticado por vez primera por el doctor Fair Bar-El, director durante años del hospital psiquiátrico de Kafar Shaul. Entre 1979 y 1993, examinó a 470 turistas afectados con demencia transitoria, de los cuales el 66% eran judíos, el 33% cristianos y un 1% no tenía afiliación religiosa definida. El síndrome también se da entre los residentes y es más frecuente con ocasión de las fiestas religiosas, tanto judías como cristianas. Curiosamente, afecta a más protestantes que a católicos. Los aquejados suelen mostrar síntomas al poco de llegar a la ciudad, sienten nerviosismo, ansiedad y necesidad de aislarse. Poco después, caen en la manía purificadora y se someten a constantes abluciones, baños o ritos de inmersión. En una fase posterior, no es infrecuente que se vistan con ropajes a la usanza de los profetas, o se ciñan túnicas blancas, identificándose con alguna figura bíblica.
En general, los afectados por el síndrome no presentan conductas peligrosas, ni siquiera es necesario internarlos y a lo sumo son sólo motivo de risa o molestia. Muchos de ellos tienen antecedentes psiquiátricos, pero hay un 10% que no, simplemente sufrieron un arrebato súbito, que terminó pasados 4 o 5 días y después sintieron vergüenza y deseos de olvidar el episodio. Los casos más graves documentados son los de un danés que creyó ver a la Virgen sobre la cúpula de la mezquita de Omar y se dirigió a ella a gritos, y acabó detenido por alterar el orden público; el de un californiano que buscaba una vaca roja para inmolarla, siguiendo el precepto del Libro de los Números, capítulo 19; o el del norteamericano David Koresh, que permaneció un tiempo en la ciudad sin signos aparentes de trastorno, pero de regreso a su país se proclamó Mesías y fundó su secta en Waco (Texas). Pero el caso más conocido es, sin duda, el de Dennos Rohan, un joven turista australiano, evangélico y trastornado, que en 1969 incendió la mezquita Al-Aqsa, según aseguró por mandato divino, a fin de provocar la segunda venida de Cristo, lo que a punto estuvo de originar un conflicto de proporciones mayores.
Pero es que Jerusalén, con su belleza perturbadora, su antigüedad aplastante, su mística y sus muertos, es a la vez divina y diabólica. No es tan extraño que haya gente que enloquezca al visitarla.