No es broma ni coña marinera, el 1 de abril, tal día como hoy, se celebra desde 1996 el Día Internacional de la Diversión en el Trabajo. Acostumbrados a dedicar días a enfermedades y problemas sociales sobre los que conviene sensibilizar al personal, la apuesta de esta jornada es sugerente y está harto justificada; si el lugar de trabajo absorbe buena parte de nuestra vida, conviene amenizarlo con buen humor. No se trata de convertir la jornada en un festival del chiste ni ampararse en esta declaración internacional para legitimar el cachondeo, pero sí se puede cambiar la mirada de perro por una sonrisa, saludar con brillo en la mirada, combinar sabiamente la responsabilidad con la amabilidad. Hay trabajos vocacionales y oficios de subsistencia, cargos que deciden sobre la salud o la libertad de las personas y empleos sin más compañía que la escoba o el ordenador entre cuatro paredes, no es lo mismo, el contexto ayuda, la buena convivencia y la aptitud personal resultan imprescindibles. Esos propósitos sirven para crear buen ambiente laboral durante todos los días, aun sin llegar a la diversión. Detrás de este Día Internacional se adivina la mano americana de siempre proponiendo que todos se pinten de payaso en la oficina o que se pongan un gorro tirolés o tonterías parecidas. Eso es otra cosa, diversión superficial, alma de escaparate.
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