Penúltimo día antes de la jornada de reflexión
El candidato llegó envejecido a su hogar. Entró en su pequeño estudio y dejó caer sobre el suelo aquellas encuestas que no le eran, en absoluto, favorables
Tras tres décadas de hegemónico poder en la ciudad, su formación política parecía abocada al desastre
Deambuló por la casa, se tomó un "ginet", maldijo aquella desafortunada ocurrencia de los "quince metros cuadrados", durmió una siesta y, finalmente, optó por abrir su correo electrónico. Aparecía, como siempre, inundado de "power points". Contrariamente a lo que era en él habitual, y dado su actual estado anímico, analizó con cuidado los que tenían un marcado carácter de "auto ayuda"
Finalmente, en un intento de recobrar su propia estima, y tras entonar para sí mismo aquello de que la única encuesta válida era la de las urnas, los eliminó. Iba a cerrar su portátil cuando sus ojos, cansados, se fijaron en un superviviente mensaje aún sin inspeccionar
Al abrirlo sonrió. Era uno de esos que, una vez leídos, debían remitirse, en un reducido espacio de tiempo, a otras diez personas y de manera imperativa. Si así se hacía y no se rompía la "cadena" la suerte bendeciría al receptor del "e-mail". Si, por el contrario, éste hacia caso omiso a la advertencia, no reenviaba el "pp" (las siglas del "power point" le dolían hoy en extremo) y rompía, sí, la cadena, recaerían sobre él las siete plagas bíblicas y algunas más
El alcalde/candidato lanzó al aire una carcajada, mientras recordaba poéticos episodios de su infancia.
También por aquel entonces, huérfanos todavía de todo lo que oliera a informática, circulaban ya por las casas, manuscritas, cartas de este tipo, remitidas anónimamente por correo o, incluso, de forma personalizada, en las tenebrosas noches de la posguerra Su madre le había dicho que aquello eran memeces y en una actitud educativa inundada de pedagogía, didactismo y racionalidad, había roto las misivas siempre delante de él. El candidato decidió pulsar la tecla, nuevamente, de "eliminar". ¿Cómo un ateo de toda la vida iba a hacer caso a esas supersticiones propias de brujas y trasgos? Pero, finalmente, dudó. Miró las encuestas que yacían sobre el suelo. Oteó sin otear un cielo negro, más allá del próximo domingo ¿Y si, después de todo, fuera cierto?, se dijo-. No quiso admitir aquella fe laica en lo estúpido y, por ello, se mintió: era un juego, después de todo. Sólo un juego. Remitiría el "pp" (¡otra vez las siglas!) a diez de sus amiguetes, tras indicarles, ¡natural!, que se trataba de un simple divertimento Y así lo hizo, para cachondeo generalizado de sus receptores
Último día antes de la jornada de reflexión
A la mañana siguiente. Metido en la cama, sin afeitar, adormecido y traspuesto aún, el alcalde /candidato recibió una inusual llamada de su "jefe de campaña". Le resultaba difícil entenderla ya que hablaba como una posesa: reía, cantaba, intentaba explicárselo, esgrimía que aquello había sido un milagro.
-¿Un milagro? ¿Te has vuelto loca, Maite? ¡¡¡Qué somos ateos!!! -le espetó-.
La jefe en cuestión le comunicó, a trompicones, que, sin que nadie pudiera explicárselo, habían aparecido, aquella mañana, de bote pronto, diez ascensores que unían la ciudad con el puerto; que se habían ingresado en las arcas municipales aquellos doscientos mil y pico de euros que por un pequeño error de gestión habían estado a punto de perderse; que los cruceros cubrían el puerto; que el centro de la ciudad estaba a rebosar; que la valla que cubría el viejo hospital se había caído y en el lugar del antiguo edificio emergía un espléndido geriátrico; que la plataforma en defensa de una centenaria escuela se había disuelto; que Autoridad Portuaria reconocía el poder de la ciudad, asignándole no uno, sino siete representantes en el consejo asesor; que los estudios demográficos señalaban un repentino auge de futuras maternidades; que la urbe, en tan sólo unas horas, se había revitalizado de manera ilógica, huyendo de su palpable decadencia
El alcalde miró su portátil
Abrió su correo electrónico
Accedió a la carpeta de "enviados"
Y, de pronto, con todo el fervor de los conversos, besó la pantalla
Esa que vomitaba un mensaje que convenía enviar a la mayor brevedad.
Ese que hablaba de una cadena que no debía romperse.
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En el norte de la ciudad, la candidata del principal partido de la oposición, no daba crédito a lo sucedido, mientras consideraba, finalmente, las elecciones como perdidas Entró en su dormitorio. Quince metros cuadrados. Abatida, abrió el ordenador. Leyó, en contra de su costumbre, los mensajes de auto ayuda que permanecían almacenados en su correo. Tras reflexionarlos se dispuso a cerrar su portátil Instantes antes de hacerlo (y tras preguntarse, una vez más, como habían podido aparecer, de la noche a la mañana, diez ascensores entre el puerto y la ciudad) se fijó en el último de los "e-mail". Al abrirlo recobró su infancia. Sonrió. "Una de esas cadenas " -se dijo- mientras evocaba las advertencias que sobre éstas le habían formulado sus padres Pero estaba de mal humor y necesitaba divertirse. Escogió a diez amigos a los que, ¡natural!, les advertiría de que aquello era un simple juego Preparado el reenvío, se dispuso a apretar la tecla al uso. Antes formuló, sin embargo, un deseo, mientras en su semblante se dibujaba una sonrisa, entre divertida y sádica Concluyó la faena y, escéptica, se acostó
Jornada de reflexión
Para aquella ciudad fue, efectivamente, una jornada de reflexión. Porque nadie, absolutamente nadie, sabía dónde demonios habían ido a parar los diez ascensores y los doscientos y pico mil euros
Nadie se explicaba, tampoco, por qué el centro comercial de la ciudad volvía a asemejarse a un "camposanto". ¿Y los cruceros? ¿Dónde carajo se habían metido los cruceros? Y, por si fuera poco, el viejo hospital seguía como antes, con sus vergüenzas cubiertas por un velo costosísimo
Mientras, los rotativos isleños publicaban una enésima carta de una plataforma en defensa de una antigua escuela y
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-Dicen, Roig, que en la jornada de reflexión se pudo ver a la candidata a la alcaldía paseándose, feliz y risueña, por el centro de la ciudad, susurrando un "¡Funciona!"
"El 23-M ya lo arreglaré" -pensó-. "¡Funciona!" -volvió a susurrar-.
- ¿Y el alcalde/candidato? -te pregunta Roig-.
- Despidiendo a la mujer de la limpieza. Cuentan que, por error, al quitar el polvo, eliminó de manera definitiva el registro de mensajes enviados y recibidos por el ordenador del alcalde. Cuentan, igualmente, que éste permaneció encerrado todo el día de reflexión en su domicilio, intentando inútilmente recuperar una dirección electrónica, tras informarse de que los diez receptores de aquel jocoso mensaje, sus amigos, también habían aniquilado la dirección de sus respectivos "PC", fieles a su secular increencia. Cuentan que un cirio, sito junto al ordenador, iluminaba la estancia y que el alcalde/candidato rezaba a las nuevas tecnologías para que alguien, fuera quien fuera, le remitiera un "p.p" (¡otra vez las siglas!) Pero no uno cualquiera, sino uno de esos que debían ser reenviados con urgencia, para no quebrar la cadena