Seguramente los lectores del Diari Menorca que tienen a bien leer mis artículos, se recordarán que no han sido pocas las veces que he vaticinado lo que puede pasar si la familia política no cambia drásticamente la pésima manera que tienen de ejercer el limitado poder que le dan las urnas y el ilimitado poder que a sí mismos se otorgan.
Un político, sobre todo los de carácter municipal, no tienen otra encomienda por parte de quien les votamos, que aquella de gestionar bien los dineros públicos, atender la demanda de mejoras del municipio siendo ecuánimes en las necesidades prioritarias, y poquito más. En puridad, la suya es la labor de un gestor, un asalariado de la función pública, en este caso emanado de las urnas, es decir, elegido por la ciudadanía. Lo malo es cuando el concejal o el alcalde se autoconvierte en un personaje de sí mismo, se le sube la vara de mando a la cabeza o aún peor, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y aquello de "dios nos ponga donde haya, que de coger ya nos cuidaremos nosotros", están más a sus cuidados que a los problemas de la ciudadanía que deben resolver. Y así pasa, que de repente convierte los terrenos donde otrora careaban las cabras y lo convierte en terreno edificable, habiendo puesto al tanto al amigo constructor, aquel que siempre está "a la wait" del pelotazo y… unos millones para ti y unos millones para mí "que esta vida es un baile y el que no lo baila es un tonto". Y claro, de repente el personal nota que al concejal o al señor alcalde le empieza a lucir un lustre sospechoso. Detrás de estos del trinque al por mayor, hay un verdadero enjambre de los que sin mirar lo que pasa alrededor, sin pudor y huérfanos de vergüenza, les da por subirse el sueldo, montarse cenas a tutiplén pagadas por el erario público, amén de unos cuantos viajes de acá para allá pensando que todas esas cosas van en el cargo. ¡Claro! Luego pasa lo que le pasa. El votante, ese personaje anónimo por el que tanto suspiran en el mes de la campaña electoral, empieza a poner mala cara y a mirarse el político más como una desgracia que como una suerte. Incluso sucede que de todos los males que le quitan el sueño al votante, uno de los más acuciantes son precisamente los políticos.
Ahora mismo, miles y miles de trabajadores emanados de las urnas de ayuntamientos y gobiernos autonómicos, de los que no pocos han hecho una forma de vida, se encuentran con que lo suyo se terminó: asesores que no asesoran, cargos de confianza que nunca tuve claro que ocupación es la suya, "correveidiles", parientes lejanos o cercanos recomendados, intrusos aprovechados con cara dura junto a las personas de buena fe, los servidores honrados de la cosa pública, se dan cuenta que un día las urnas les dieron un trabajo y las urnas se lo quitan. Ahora seguramente vendrán las auditorías para saber cómo han dejado la caja de los caudales y ver si tienen otra cosa que no sean deudas por pagar porque a raíz del desplome de la construcción, ayuntamientos y gobiernos autonómicos andan "a real y media manta".
Otros políticos van a ocupar ahora su lugar. Uno siempre conserva la esperanza de que los nuevos vengan predicados, que las miles de personas cabreadas por los temas de corrupción, entre otras cosas, con los que he podido hablar estos días en la madrileña Puerta del Sol y los que han seguido su ejemplo prácticamente en todas las capitales españolas, les sirva de aviso.
Lo he dicho más de una vez, o los políticos cambian la forma de hacer y deshacer las cosas o algún día los cambiará el pueblo.
Ojalá que los políticos del PP hayan aprendido lo que no se puede hacer. Ojalá que le hayan echado unos minutos de su tiempo para enterarse por qué los del PSOE han perdido tan perdidas las elecciones. Ojalá que le hayan echado una larga e ilustrativa mirada a los jóvenes y a algunos no tan jóvenes que estos días han acampado en la plaza mayor de la mayoría de las ciudades españolas, porque les digo que para continuar haciendo lo mismo no hace falta "el quítate tú que me pongo yo".
Dicen que gobiernan por y para el pueblo pero son ya demasiados los que olvidan lo principal, no se les alcanza a comprender que están gobernando sin el pueblo, y así les va.