Me encuentro en Alaior con Serafí y nos ponemos a hablar en la terraza de Ca Na Divina. Me gusta y me divierte su observación sobre el triángulo de la motivación materialista: "sa panxa, sa bragueta i sa butxaca" y de la necesaria espiritualidad, que en ocasiones puede parecer perdida u olvidada. Bonita conversación.
Voy pensando, tras despedirnos, en el espíritu y sus manifestaciones. Carl G. Yung habla de épocas donde el espíritu nos parece lo más "real", mientras que lo material es visto como el fruto de un engaño o una realidad de segunda categoría, destinada a la corrupción inevitable. En otros períodos históricos, a la inversa, prima la exaltación materialista y la negación de todo lo que no es empírico. Lo que no se puede ver o tocar, no existe. Pero ambas son realidades que no podemos negar; solo cambia nuestra perspectiva vital e histórica acerca de ellas.
Podemos subir hasta Monte Toro, centro espiritual de la isla. Buen lugar para hacerse las grandes preguntas de siempre. La razón por si sola, no alcanza a dar con todas las respuestas. Allá, desde lo alto, lo que no vemos a simple vista nos deja escamados e intuimos que debe existir algo más, oculto tras el horizonte. Es un viaje interior, porque en cuestiones de fe o de amor, las palabras no bastan, resultan huecas. Solo su traducción en obras, en manera de ser, vivir y compartir, nos puede salvar de su ausencia o su vacío.
En la adolescencia, ese bonito lugar que visité una vez, un amigo me recomendó la lectura de "Siddharta" de Hermann Hesse. El libro cuenta la historia de un viaje iniciático hacia dentro de uno mismo. Una búsqueda de la Sabiduría que nos aleja de las pequeñas miserias de este mundo, tan loco y mezquino muchas veces. Una de sus frases era ésta: "El sentido y la esencia no están detrás de las cosas; están en ellas, en cada cosa."
Es una tontería negar lo que no se vive ni comprende. Si dejamos que cada uno siga su camino en libertad para descubrir su propia verdad o revelación, puede que acabemos por beneficiarnos todos del hallazgo.
La noble Ciutadella celebra sus fiestas ancestrales, hoy multitudinarias, en honor de "Sant Joan". La fiesta es una celebración social, religiosa, comunitaria, que trasciende lo meramente individual.
Se repiten ritos, protocolos, juegos medievales con parecidos caballos y emociones antiquísimas. Revivir el pasado le da al presente una dimensión espiritual.
Cuando nos diluimos entre la muchedumbre y nos olvidamos de la muerte propia (morir es un recordatorio de que hemos vivido), nos fundimos en la alegría colectiva y en las tradiciones que hemos heredado. Conectados con nuestros antepasados. ¿No es cuando nos olvidamos de nosotros mismos, cuando más nos acercamos a la inmortalidad?