Qué pasaría si se permitiera dar un nuevo uso a las boyeras? Elaboremos una hipótesis a partir de lo conocido: Los cuidados preventivos que se aplicaron en su día al criadero de langostas de Cala Figuera tuvieron una eficacia descomunal en orden a su definitiva destrucción. De hecho quizás mereciera la pena colgar en la red el proceso completo de su conversión en ruina para que no se pierda para la historia un hito tan relevante de la optimización de la gestión coordinada de las administraciones, amén de un singular canto a la inteligencia. Después de proteger el edificio (por el procedimiento de la denegación de permisos, mecanismo idóneo por su facilidad de aplicación) contra los ataques de descabellados ciudadanos que pretendían reformarlo para que constituyera su residencia, u otros aún más osados que pretendían convertirlo en restaurante, y en vista de su paulatina decadencia se tomó la determinación, a todas luces coherente, de demoler parte del conjunto dada la peligrosidad que entrañaba para los paseantes de la zona. De esta peculiar manera que quizás cueste al principio trabajo comprender a los no iniciados se defendía de los depredadores el patrimonio histórico. Una operación limpia y sin fisuras (más allá de las inevitables que el tiempo produce en las casas abandonadas a la intemperie) que además y como no desdeñable efecto secundario produjo un hogar inmejorable para decenas de entrañables gatitos que disponen además de una excelente fuente de proteínas al alcance de la zarpa, ya que comparten patrimonio (solución habitacional, si lo prefieren) con una colonia menos entrañable de ratitas. La pregunta es: ¿Queremos reproducir con las boyeras tan creativo proceso proteccionista?
Como aclaración previa y por si alguien que no me conoce lo ignora, me sitúo sin ambigüedades en el bando de los amantes de la naturaleza, de los que desearían que se pudiese conservar el espíritu de los pueblos, sus tradiciones y sus valores. Opino de hecho que quizás la única aportación inteligente que nos ha llegado desde el terreno político en los últimos decenios es el mantenimiento de la virginidad en muchas de nuestras playas y barrancos, la preservación del aspecto del precioso paisaje interior y la apertura al paseante del Camí de Cavalls. Desde este claro posicionamiento conservacionista, me pregunto: ¿Qué pasaría si se permitiera un cambio de uso a las boyeras menorquinas, dado que en muchas de ellas no habitan ni habitarán vacas ni ovejas presumiblemente jamás?
Me contesto: Sólo veo, a falta de que se me muestre lo contrario una serie de efectos beneficiosos. El primero es que se abre la posibilidad de aumentar la población visitante de la isla sin poner un solo ladrillo de más en su territorio. En vez de comprometer la belleza de los pueblos, como ha sucedido en Mercadal con promociones dudosas, o de hipercementar calas como en el penoso caso de Arenal d'en Castell, se podría crecer en capacidad de acogida y de paso dar mucha vidilla al sector industrial de la construcción (en coma profundo en la actualidad como sabemos) sin dañar el medio ambiente. Si se establecen unas normas extremadamente estrictas que obliguen a utilizar exclusivamente los materiales originales, como el marès, la teja vieja, los suelos de barro, las paredes de piedra; si se ciñen las actuaciones a mantener en todos sus términos el aspecto original del edificio, se podrían matar dos pájaros de un tiro: salvaguardar el paisaje rural y salvar de una segura y paulatina destrucción a cientos de boyeras que en caso de continuar la actual normativa acabarán sin duda siguiendo el mismo glorioso camino que el criadero de langostas de Cala Figuera.
Como segundo (pero no menos apetecible) efecto beneficioso señalaría otro de orden puramente económico. Nadie duda que los hipotéticos nuevos moradores de las boyeras (ya sea como inquilinos, huéspedes o propietarios) gozarían en principio de más desahogo económico que los de las pulseras (sin intención de ofender la sensibilidad de nadie) y por ende derramarían con mayor desprendimiento sus dineros por allende los establecimientos receptores (que no están para bromas). Lamento no ser en este punto concreto un ejemplo de solidaridad. Aun admitiendo el derecho de todos a unas bonitas vacaciones, me sucede lo mismo que con el derecho de todo niño a tocar el tambor: lo acepto, pero prefiero que lo hagan en casa de su prima. Mi posición sería pues apostar por el tipo "turismo de boyera" en detrimento del "turismo de pulsera", que desde mi punto de vista debería desaparecer de estos parajes ya que una isla tan única no debería devaluarse de esa forma, como no lo harían Venecia, Saint Moritz o Montecarlo.
Pongámonos en modo soñador por unos instantes aunque sólo sea como ejercicio lúdico. Imaginemos por un momento que alguien desde los nuevos cargos de gobernanza de la cosa pública consigue abaratar los vuelos a Menorca. Imaginemos ahora que se construyen un par de campos de golf sostenibles. Sigamos suponiendo que al amor del nuevo aire fresco que parece respirarse desde que se evaporó el olor a naftalina reinante, se permite rehabilitar (para habitar) las boyeras y que se mejora el ya magnífico Camí de Cavalls de tal manera que se pueda recorrer a pie, a caballo o con bicicletas eléctricas por cualquier persona aunque no sea un atleta. Imaginemos que se proyectan en él una serie de etapas en las que se establece un punto de reposo con bicicletas eléctricas disponibles, con refugio mimetizado en el paisaje, con posibilidad de refrescarse en verano y calentarse al amor de una chimenea en invierno, con restaurante, con la opción de tomar un todoterreno que te devuelva al punto donde iniciaste el camino (como ya existe en algunos puntos de Andalucía). Sigamos imaginando que se consiguen abaratar los amarres en el puerto de Mahón, que se conecta mecánicamente con la ciudad, que se peatonaliza estacionalmente, que se materializan al menos algunas de las excelentes ideas que aportó al respecto en una carta a este diario Luisa Pagnotta el pasado día quince de julio. Imaginemos que el sentimiento paralizante de que no hay nada que hacer desaparece de los que se rinden antes de empezar. Imaginado todo esto podríamos por el mismo precio obtener la visión de una Menorca no solo con más encanto, sino también una Menorca con más ingresos, más apreciada y más inteligible e inteligente, con una temporada más larga, con la autoestima en los niveles que nunca debió de abandonar. Quizás este tocar fondo en el que nos hallamos pudiera servir de punto de inflexión para trazar objetivos ambiciosos para nuestra isla.
Quizás todo esto suene a algunos a chorrada, sin embargo pienso que este trocito tan especial de Mediterráneo ha sido maltratado y merecería que se intentara lograr para él un futuro mejor y más acorde con su enorme potencial y con su hermoso pasado.