"Frith Street" es una típica callejuela del Soho londinense. A mediados de los sesenta todavía se podía palpar por allí el ambiente de "fog" (niebla) que hizo tan famosa aquella zona de Londres durante muchos años por diversos motivos (y no todos positivos evidentemente).
En aquella calle reside un club de jazz muy famoso, el "Ronnie Scott's Jazz Club". Allí han tocado muchos de los más grandes maestros del jazz y del blues de nuestro tiempo.
Hace unos pocos años (2007) el increíble guitarrista Jeff Beck (uno de los más innovadores de los últimos cincuenta años que aunque no demasiado reconocido comercialmente es sin duda uno de los dioses de la guitarra moderna para los "connaisseurs") grabó un disco en aquel local ("Live at Ronnie Scotts's'"). Allí invitó a subir al escenario a su amigo Eric Clapton. Aquellos dos guitarristas, que habían tocado con los legendarios "Yardbirds", dieron un auténtico recital de pureza y autenticidad. Una muestra de fidelidad a su personalidad. Maravillosos.
Todo lo que representa lo auténtico respira personalidad propia. Y esto es atractivo porque define y describe a algo o a alguien. También a un pueblo. Nunca nada ni nadie hace el ridículo por permanecer fiel a su forma de ser, a sus "roots" (raíces) y a su trayectoria histórica. Es su personalidad. Mantener a un pueblo fiel a su tradición es difícil, y más en unos tiempos en que toda opinión debe de estar supeditada al dictado de lo políticamente correcto, pero es la única fórmula para garantizarse la continuidad de las características que han determinado aquella forma de ser. Pero vivimos tiempos en que la personalidad propia está tentada a adaptarse según directrices políticas a pesar que no cuadren con la realidad.
Muchos creemos que Menorca ha venido estando supeditada en estos últimos años a unas opiniones, a unas normas, que, mostrando una inaudita complacencia con el fracaso reiterado, le han impedido seguir siendo lo que siempre había sido: una tierra con personalidad propia.
Efectivamente, en estos años pasados Menorca ha sido obligada a integrarse en un mundo que no era el suyo propio. Un mundo burocratizado y rellenado de trabas y de mentalidad funcionarial que ha ahogado la tradicional iniciativa de los menorquines. Los jóvenes menorquines que ahora no pueden ser funcionarios deben de abandonar la Isla al no encontrar salidas profesionales en su propia tierra. Nuestra isla, que siempre había sido conocida por su "empenta", por ser punto de referencia del progreso en Baleares, ahora ocupa el último lugar en todos los indicadores económicos. Quienes la han gobernado han conseguido incluirla y diluirla en una masa esponjosa que no ha tenido en cuenta aquella personalidad histórica sino que la han sustituido por lo políticamente presupuestado.
En el terreno cultural el expolio ha sido incluso mayor. Y masivo. La cobardía de muchos ha conseguido presentar a nuestro propio dialecto (el menorquín) como un habla cuyas características propias son de segunda fila. Es presentado como "pobre y simple" ante la imposición de la ortodoxia estándar. Pero eso no cuadra con la idiosincrasia de la Isla. La resta personalidad. La obtura.
Las costumbres forman la cultura y la cultura forma los pueblos y les da su personalidad. Nuestra isla ha sido crisol de culturas y puerto de amarre para muchas formas distintas de entender la vida. Desde fenicios, romanos, musulmanes, aragoneses, castellanos y españoles, británicos, franceses, … todos han dejado su huella en nuestra tierra. La suma de todo ello ha formado la personalidad menorquina.
Pero actualmente parece ser que para unos, y con el vil silencio colaboracionista de otros, sólo se contempla la reivindicación de una parte de nuestra historia como único punto de apoyo para entender la Isla. Es un error. Sólo refleja política partidista. Es sólo ideología e interés político.
Menorca adolece hoy de falta de personalidad. Ha quedado anulada. Se ha transformado en un gramo más de una masa amorfa sin dirección conocida más allá de la que quieren darle las ideologías que la han empobrecido privándola, precisamente, de aquella personalidad ancestral. Urge sustraerse de toda esta ortodoxia postiza impuesta y regresar a nuestra personalidad que es la que nos devolverá la riqueza. Economía y cultura deben de volver a ser lo que siempre nos ha definido. Aboguemos por restaurar la personalidad menorquina: libre empresa sin trabas, multilingüismo y defensa a ultranza de nuestro dialecto menorquín. No perdamos nuestra personalidad.