Un día dijo adiós y se fue de casa. Le pregunté, pero no quiso decir su nombre. Le llamaremos Juan.
En el puerto de O Cebreiro y en la Posada Celta, distribuye juego Irene, como siempre. Allí me encontré a un trotamundos y su perro, que es un espécimen común en el Camino desde los tiempos medievales (entonces se les llamaba giróvagos, goliardos o "vagamundos" de donde derivó la palabra -ahora peyorativa- de vagabundo). En su caso es un personaje auténtico, lo certificó Irene, porque hay mucho listo que se pasa por trotamundos y en el fondo no es sino un payaso que quiere figurar o, lo que es peor, sacarte la pasta. No es tampoco un "perroflauta" y que conste que no tengo nada contra estos jovencitos, salvo si sueltan el perro de la cuerda en una playa concurrida y me llena la barriga de arena.
Este no, Juan no. Juan no pide nada, anda de aquí para allá trabajando en lo que puede, desde hacer camas en el hostal vecino o encender el fuego y abrir la posada a las siete, hasta marcharse (a pie) a las vendimias varias y siempre durmiendo en una tienda con saco de plumas, verano e invierno. Juan sabe de calores, pero sobre todo de fríos; de despertarse por la mañana con las barbas llenas de escarcha y doliéndole los ojos de tanto que ha helado. Destemplanzas en el cuerpo y seguramente también en el alma.
Dice Juan que es ciudadano del mundo, y que vive al día sin preocuparse que pasará mañana ni donde irá o se quedará. A mi me hubiera gustado ser como él pero no me atreví, no fui capaz de pagar el precio -todo lo tiene en la vida- en vez de irme a la India andando como soñaba de joven, lo máximo que he hecho es un Camino en 35 días, jugando a trotamundos de pega.
"No soy de aquí ni soy de "ashá" no tengo edad ni porvenir", cantaba Alberto Cortez.
Juan es de Toledo, tiene 56 años y su historia es otro clásico. "Mis hermanos me arruinaron la juventud, pero me da igual, que se queden con la herencia y con "too", yo me eché al monte y no quiero saber nada de nadie y el día que me muera por estos caminos que me entierren como a un perro y con mi perro."
Me despedí de Juan después de desayunar y todavía anochecido. El viento aullaba en el puerto de O Cebreiro, las nubes venían bajas y no se veía a un palmo. Juan desapareció en la negrura de la noche. Yo continué mi camino y él el suyo. Me pareció inútil preguntarle si votaría el 20-N.
Tan inútil como preguntármelo a mí mismo.
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