Un exceso de información cambiará nuestra cabeza ha escrito Umberto Eco, pero no ayuda mucho, pienso, a dejarla menor amueblada. Un exceso de datos puede ser la causa directa de nuestra ignorancia, afirma Cebrián en "La red". Sobre este tema se pueden leer un montón de opiniones, concordes todas ellas en que hemos salido ganando poco o nada con una tal sobreabundancia de noticias, de contenido contradictorio muchas de ellas, con las que nos vemos abrumados todos los días. Por esto se hace necesaria cada vez más en nuestras vidas la presencia de espacios vacíos que favorezcan el silencio y la reflexión sobre aquello que nos viene dado desde fuera y que a veces es de difícil digestión.
Esta realidad, relativamente novedosa, ha dado lugar a la aparición de una nueva profesión, la de los llamados analistas gente supuestamente experta en un tema concreto que desglosa e interpreta el contenido de un tan abundoso material para hacerlo entendible al ciudadano medio con lo cual podemos navegar con más tranquilidad en este mar más bien turbulento en el que nos movemos todos de un tiempo a esta parte. Y así ha surgido también un nuevo género de comunicación colectiva, las tertulias, en las que los dichos expertos discuten entre sí y cara a un público seguramente masivo sobre lo que ellos entienden que ha de ser comentado. El verdadero saber es de pocos, escribió Gracián hace un par de siglos y es bueno que esos pocos distribuyan sus conocimientos a través de los poderosos canales que las nuevas tecnologías han puesto a nuestra disposición y nos beneficiemos todos de su pericia.
Ocurre, empero, que al ser un género de comunicación relativamente nuevo no existe, todavía, entre nosotros al menos, una tradición que valide la experiencia y la haga verdaderamente útil. No siempre sale enriquecido el espectador o el oyente después de presenciar alguna de esas tertulias cuando en ellas prevalece el apasionamiento sobre el juicio sereno o cuando el debate partidista desplaza con cierta frecuencia al sentido común. Una lástima y una oportunidad perdida cara a la educación democrática del pueblo soberano que somos todos. No sabemos cuál será en el futuro el resultado de la formación que reciben las generaciones jóvenes que un día no lejano tendrán el poder en sus manos, porque los que lo ejercen ahora en el ámbito que sea no fueron –no fuimos– especialmente educados para la tolerancia y la comprensión en un mundo, el nuestro, donde transitan ideologías y modos de pensar de muy distinto signo que, compartidos o no, han de ser respetados y aceptados si queremos vivir en paz.