"Para nuestra avaricia lo mucho es poco, y para nuestra necesidad lo poco es mucho".
Séneca
Al deseo ardiente de conseguir riquezas, poder, dignidades o fama le denominamos ambición. Idolatrar esta ambición y ser esclavos de ella nos convierte en egoístas. En cambio, es loable poner voluntad en crear riqueza y ganar dinero con honestidad, sin perjudicar a nadie y contribuyendo al bien común.
Las riquezas que se obtienen, siempre que sean por medios laudables, no se quedan en el sujeto como dueño exclusivo, sino que revierten sobre la sociedad, contribuyendo a reducir la pobreza. Pobre es quien no está satisfecho con lo que posee, y rico quien se contenta con lo que tiene y no codicia los bienes ajenos.
El altruismo es opuesto al egoísmo. Es la inclinación a preocuparnos del bien de nuestros semejantes y dedicarles sacrificio y esfuerzo. Con la actitud magnánima, generosa y altruista de la propia existencia se descubre la relación de plenitud que nos vincula con el prójimo y con Dios. "¿Para qué vivimos, si no es para hacernos la vida más llevadera unos con otros?" (George Elliot)
La vida del ser humano es como un vaso comunicante que influye y es influido por los demás. Cuando la existencia de alguien se eleva moralmente, contribuye a elevar la de los otros y cuando se hunde también contribuye a hundir la de los semejantes. Ser solidario es sentir, ser consciente, que nuestras acciones repercuten en los que nos rodean. El altruismo y la solidaridad es una herramienta de lo más eficaz para contrarrestar la propia avaricia y el egoísmo. "Vivir para los demás no es sólo la ley del deber, es también la ley de la felicidad" (Augusto Comte).
La solidaridad es una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común. No ha de ser un sentimiento superficial por los males ajenos, sino una actitud clara y definida de procurar lo conveniente para todos y cada uno. El individuo que no se interesa por sus semejantes y no sale de su egoísmo, jamás se siente satisfecho y causa grandes heridas a los demás.