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Xerradetes de Trepucó

Canto a las mujeres sin discriminación alguna

A la izquierda sentada en un sillón de mimbre Juanita Sintes de Bellot. Una de las modistas más representativas de nuestra ciudad, junto a un grupo de oficialas de su taller de costura (Archivo M. Caules)

Dolor, así definiría lo que he sentido en ocasiones al leer o escuchar por las propias mujeres sobre las hijas de Eva. Entre elles mateixes, se treuen els ulls.

Transcurrido un buen trecho de la democracia, no soy del parecer de enaltecer a las republicanas y a las monárquicas tampoco. Cuando se remueve la historia salen a florecer unas y otras sin tener en cuenta que hubo otras. Como muy bien dijo Ángeles Caso:

Mujeres de todas las ideologías, sufrieron lo suyo, imposible ficar-les totes dins es mateix sac . Hay tantas clases de mujeres que no cabrían en el mismo. Como dice Praxèdies, las hay complejas y profundas. A su vez encontramos las irónicas y libres hasta el capricho. Las hubo demasiado libres para la época en que nacieron. No debo olvidar las inteligentes, las cultas y las seductoras. Las melancólicas y testarudas, las que les encanta la soledad, huyen de cualquier compañía y así podría extenderme, pero no lo voy hacer y, por el contrario, decir a modo de canto no tingueu por, avui no plourà. Lo que verdaderamente pienso es que no es justo se dediquen charlas a las republicanas. ¿Y las otras? Aquellas, también sin proponérselo sufrieron. Al llegar a este punto y seguido, me dispongo a ordenar mis apuntes, mis pensamientos y la cantidad de charlas que me han ido llegando cabalgando a lo largo de mis días, procedentes de unas y otras. Tal vez, no he seguido un orden lógico, dejando para lo último, las que tanto tememos encontrarnos en el transcurso del camino de la vida. Las malvadas, las que no viven y no dejan vivir. Las envidiosas, que tanto daño hacen, siempre al traste de ir copiando las ideas, las frases y la manera de hacer de otras, a las que tanto quieren semejarse, llegando a mentir con tal de negar lo evidente. Y escribiendo de los pros y contras del mundo femenino, decir, que no es justo, que hoy en día se continúe escuchando que antes las mujeres no trabajaban. Menudo disparate. Las mujeres siempre trabajaron y no se me van a caer los dientes, si continúo diciendo que faenaron mucho más de molt que los hombres.

Faenaban en el campo, tras haberlo hecho en la casa, lo que parecía ser su espacio. Ayudando en la siembra, en la recogida, en la venta, bien en la propia finca y otras en el mercado, ocupando uno de aquellos puestos, una vez finalizada la venta, se dirigían a su hogares preparando la comida, la rutina de fregar platos, dar de comer a las gallinas, recogiendo los huevos, cuidando de los conejos, elaborando queso, mantequilla.

¿Recuerdan las sabrosas pastillas de la misma, salada y sin sal? Los panes de requesón. Lavando en la pila, tendían, plegaban ropa, repasaban la misma. Las de mi edad, recordarán como zurcían calcetines, ropa interior, de cama y la que los hombres llevaban para ir a trabajar. Apadaçats. Nada fácil, todo un arte de buenas costureras. Primero se elegía el pedazo de tela para cubrir algún agujero bien en pantalones, saharianas, las prendas de diario, camisas, sábanas.

Como si fuera hoy, observo a mamá Teresa, hilvanando el recorte plantado, sobre lo que se debía cubrir, pasando a coserlo con esmero, a repulgo. Las había que realizaban auténticas obras de arte. Mientras, para algunas su cometido resultaba passa tu, passa jo. Lo importante era cubrir el roto o descosido. Y hablando de descosidos. Gracias al huevo de madera, los cosidos y recosidos de calcetines y medias, podían ser usados hasta que resultaba difícil el continuar zurciendo.

Llegaron las agujas recoge puntos de la casa Witos. Otra manera de ganar unas pesetas semanales. Todas vimos al paso por la calle, tras la ventana a mujeres sentadas en la mesa camilla, con su flexo, subir escalerillas en las medias. Trabajo delicado que se hacía con paciencia, mientras se escuchaban novelas radiofónicas. Discos dedicados, y las reinas de las emisoras, como fueron Montserrat Fortuny y Elena Francis. No se conocían los psicólogos, su trabajo se encontraba en los confesionarios. Los sacerdotes con paciencia y cariño recomendaban los mejores remedios para cualquier mal familiar. Las no creyentes, escribían a las emisoras, escuchando el remedio que se les aconsejaba. Los más usuales, la problemática suegra y nuera. N'hi havia per xalar.

La gente era ahorradora, siempre intentando dejar de gastar, se arreglaba las medias, usándolas hasta que ya resultaba imposible continuar con ellas. Los precios oscilaban desde 1'50 a 5 de las antiguas pesetas. Cuando llegaron las llamadas de espuma fue una bendición del cielo, resultaban más resistentes comparadas con las finas o de cristal, dejándose para las festividades .Recuerdo a mamá Teresa con sus guantes, para ponerse ses calces, de esta manera se evitaban posibles carrerillas.

El tema ahorro siempre estaba presente. Lo comenté infinidad de veces, lo de las modistas. Había el colectivo de modistas dedicadas a la costura en los propios hogares. Unas acudían a la mañana, desayunaban, trabajando hasta la hora de comer. Otras, comían con la familia quedando hasta el oscurecer. Desayuno, comida y merienda más cuatro duros. Casi siempre alguna mujer de la casa la ayudaba. D'aquesta manera retia . Se trataba de confeccionar la vestimenta de uso ordinario. A principio de temporada se adquiría en la librería el figurín "Anna Bella", intentando copiar algún modelo, con la particularidad, que la moda duraba varias temporadas sin temor de hacer el ridículo.

Mientras en los talleres de costura, no faltaba el trabajo, también a todas las maestras de mi ciudad, he ido dedicando infinidad de renglones, merecidísimos. Tanto, que hoy publico una fotografía que hace mucho tiempo alguien muy querido me obsequió, una vez enterada de mi cariño hacia Juanita Sintes de la calle del Rector Panedas, íntima amiga de juventud y de toda una vida con mi querida madre.

Y podría escribir de los empleos femeninos después de la guerra. Las bisuterías, estaban llenas, de todas las edades, desde los catorce años al finalizar el periodo escolar. Fábricas de calzado, dependientas y el más codiciado, poder entrar a "ca'n Montañés", de la calle Vasallo. Cuando las jóvenes casaderas compraban a plazos su ajuar, usaban su carta de presentación, dando a conocer que trabajaban en el Caserío. Sinónimo de máxima confianza.

Otras, estaban empleadas en casa Codina, trabajo diferente al de Montañés, éste era más limpio si cabe que la fábrica de Codina Villalonga, la goma junto a sus tratamientos, no debieron ser muy recomendables para la salud.

Que nadie vaya a pensar que me he olvidado de las sufridas jornaleras. Las que pasaban infinidad de horas frente a la pila de lavar, tocando aguas frías y calientes, lejías, azuletes y jabones con sus fuertes sosas. Se usaron lleixius , polvos azules, pero siempre restregando. Acude a mi memoria una pobre mujer que vivía cerca de casa, que daba piedad el ver sus manos, repletas de úlceras producidas por los sabañones. Algo tan frecuente en los fríos días de invierno, cuando la tramontana se establecía ocho días sin parar, destrozando a su paso cuanto encontraba, dejando la imagen que todos relacionaban con Menorca, els ullastres ben ageguts. Dejo en cualquier patio tendiendo la ropa de las lavanderas, para citar a las jornaleras.

Sufridas jornaleras, ses desadores. Encalando con su escobilla, la maceta llena de cal fundida con unas gotas de azulete, creencia que la blancura duraba más dando un toque de blancor más reluciente.

La curiosidad de estas mujeres se debía a vestir una vieja bata, atándose un pañuelo por la cabeza, cubriendo el pelo no fuera a ensuciarse de polvo. Las había muy habilidosas en toda clase de menesteres de limpieza, dándole a la larga caña a la que ataban la escobilla para llegar a lo alto de las paredes. Para encalar los techos, se subían en lo alto de una mesa que antes cubrían con una vieja sábana. De no llegar, ponían un cajón o una silla, haciendo auténticos malabarismos.

Hubo otros momentos inolvidables de mujeres de todas las edades, arrodilladas, fregando el suelo a mano. ¿Dónde estaba el padre de la fregona? No deseo ofender al inventor, pero los ladrillos limpiados a mano quedaban preciosos. Cuantas veces, he recordado sa vieta y lo hago a menudo, porque es una modalidad que no puede quedar en el olvido. Era el remate de todo buen fregado, teniendo en cuenta, que no sobrepasaba la pared, como muy bien dice su nombre, sa vieta, quedaba rematada por la línea del aceite de linaza, dando un toque, un persistente aroma de que en aquella casa vivía una mujer limpia, com Déu mana.

Para todas ellas, las sufridas jornaleras que trabajaban por las casas, sin seguros, con honradez, con entrega total, sin rechistar, sumisas, agradeciendo el detalle de las buenas señoras que les ponían un café con leche caliente, invitándolas a reposar unos instantes, a la vez que les daban la franqueza de poder comentar las peripecias por las que iba atravesando, era la postguerra, pero se disponía de trabajo que era lo importante. Por supuesto que a estas luchadoras alguien también, al igual que se les ha hecho a las republicanas se les debería hacer un homenaje, y con ellas las que enviudaron al inicio de la guerra, por los desalmados que sin piedad fusilaron a militares, propietarios de fincas, o sencillamente hombres de bien que acudían a misa.
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margarita.caules@gmail.com

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