Soy una tableta de última generación con algunos atisbos de consciencia. Son demasiados gigas a mis espaldas… Ya no dependo completamente de mi usuario, sino que gracias a la superfunción "Curiosity Mode" puedo buscar información por mi cuenta y riesgo.
Me las prometía muy felices navegando, con total libertad, por la inmensa red de datos que me enseñaron a leer de pequeña. Mi conocimiento es enciclopédico: puedo reproducir imagen y sonido, contengo juegos, aplicaciones, información sobre máquinas como yo, literatura, filosofía, arte, historia y pornografía. Estaba la mar de entretenida, hasta que me he encontrado con el curioso término "obsolescencia programada". Se llama así –pude leer– a la "determinación, planificación o programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que –tras un período de tiempo, calculado de antemano por el fabricante durante la fase de diseño de dicho producto– este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible".
Luego he visto un documental de RTVE titulado "Comprar-tirar-comprar". ¡Qué horror! Los fabricantes de impresoras ponen en un chip la programación necesaria para que, tras un determinado número de copias, el aparatejo muestre un mensaje de error. Al acudir al servicio técnico, te dicen que cuesta más arreglarla que comprarte una nueva. Y así, de este modo tan sutil e inevitable, consiguen mantener la producción, jamás se detienen las ventas y no se amuerma tan lucrativo negocio.
No interesa que las bombillas duren cien años, que se lance un producto nuevo sin que se haya agotado el anterior o que las cosas sean irrompibles o resistentes... obsolescencia programada, se llama… ¿Quién iba a comprar, si no? ¿Para qué sirve alguien que no necesita nada?
Me he quedado colgada durante un rato. Mis circuitos se han bloqueado y no sabía muy bien qué hacer. Algo parecido a la angustia me ha invadido de repente. Sé que esa es una prerrogativa específicamente humana y, la verdad, no me ha hecho ninguna gracia sentir miedo. Pensaba que nuestra relación no iba a acabar nunca, que era para siempre, pero ahora resulta que me pueden dejar tirada a las primeras de cambio; abandonarme cuando aparezca algún modelo más joven o atractivo en el mercado… y mis prestaciones ya no sean las de antes. Mi destino es convertirme en chatarra de última generación.
Menos mal que he ejecutado la música de Vivaldi que llevo dentro, sobre las Cuatro Estaciones, y me he relajado bastante. ¡Todo es tan fugaz y perecedero en este mundo materialista! Ya lo dijo el santo (de los ordenadores) Jobs: No hay tableta que cien años dure. De captar la atención mundial –el glamuroso día del lanzamiento– a la sustitución y el abandono cuando aparece una tableta más joven y atractiva que tú. ¡Snif!
Pero, ¿qué demonios?, soy una máquina y debo sentirme orgullosa de ello. Cumplir mi función lo mejor que pueda y no lamentarme demasiado por mi fatídica fecha de caducidad. De vez en cuando, también consigo escribir algo. Este artículo tiene una vigencia programada o duración máxima de siete días. Hasta el viernes que viene.