Aunque sin duda mi sueño fue menos transcendente que el de Martin Luther King, y no pasará a la historia como el suyo, contiene algunos elementos peculiares que me han inducido a compartirlo con ustedes, amables y pacientes lectores.
Mi sueño comenzaba (si es que puede decirse de un sueño que tenga un comienzo) en el paseo marítimo del puerto de Mahón. Más concretamente en la cola que formaba un nutrido grupo de individuos en espera del afamado ascensor ( que a la sazón en el sueño ya estaba construido y operativo, y además dentro de término ya que se veían por doquier camisetas alusivas a las fiestas de Sant Joan, de lo que deduje que estaríamos a finales de Junio). En los sueños las cosas más disparatadas e increíbles aparecen como realidades no cuestionables, de manera que sin darle mayor importancia, interpreté la escena como una prolongación del milagro de Santa Águeda, que al parecer habría tenido el tesón de acompañar bajo su protección a la criatura hasta el mismo momento del alumbramiento.
Después de echar una ojeada panorámica al espectacular puerto, y mientras llegaba mi turno para bajar al Moll de Llevant, me sumergí en la lectura del Diari. Las noticias del periódico eran más sorprendentes de lo que pueda uno imaginar. Resultaba que Fernández Ordóñez había escalado veinte puestos en el ranking de personas incompetentes con aires de grandeza, resultaba que Rodrigo Rato, y con él todos los presidentes y directores generales de bancos y cajas que habían hecho palmar a sus entidades (y a nosotros de rebote) grandes sumas de dinero, habían sido obligados a devolver las indemnizaciones recibidas. ¡Joder!, pensé, esto sí que es raro. Pero es que seguí leyendo ( ya alucinado) que lo mismo les había sucedido a Matas, a Urdangarín, a Correa, a los de los ERES y a tantas otras entidades o sujetos cuyo elenco tan largo como hediondo no enumeraré para no aburrir al que hasta aquí haya llegado. ¡Todos obligados a devolver íntegro el botín! Y la cosa no acababa aquí. El BCE había decidido prestar sin la menor vacilación a los estados dinero al mismo interés que hace poco tiempo prestaba generosamente a los bancos que han contribuido a desplumarnos. ¡Bueno, bueno! Se me empezaba a poner cara de tonto cuando llegué al apartado "sorprende y no sorprende": El senado se había convertido en parador nacional de turismo. Los senadores podrían seguir pronunciando sus discursos si era ese su deseo en el SPA del parador, pero sin cobrar (se les permitiría no obstante pasar la gorra y llevar una tartera por si se prolongaban en exceso los parlamentos). Las diputaciones se habían convertido en guarderías. Los asesores se tomarían un lustro sabático.
Sin apenas tiempo para asimilar tales prodigios, me enteré en la sección de economía de que con estas y otras medidas de parecida índole se había podido liquidar una parte significativa de la deuda y se había reducido el déficit dos puntos.
Desde la altura en que me encontraba atisbé en lontananza la isla del Lazareto. Quizás -pensé imbuido ya de una loca euforia- también se haya convertido en Parador Nacional. No estaría nada mal que tras eliminar con toda justicia los privilegios de los funcionarios del ministerio de sanidad, la cosa no haya quedado en un nuevo perro del hortelano que descarta mil visitantes para sustituirlos por la nada, prima hermana ésta de la ruina, tanto en la vida real como en la inasible irrealidad onírica.
Fue en este punto de mi sueño, lo recuerdo bien, cuando uno de los integrantes de la cola me espetó con increíble acierto: "¿Está usted dormido? La cola había avanzado mientras yo permanecía quieto y boquiabierto: ¡Los pantalanes del puerto, hasta ayer mondos y lirondos, estaban ahora llenos de barcos! ¿Qué ha pasado? Pregunté presa de máxima excitación al caballero que me acababa de interpelar. "Pero, ¿no se ha enterado usted? -me contestó- hace ya algunos meses que se perdió, durante un viaje por la selva amazónica, el amagado prócer que se ocupaba con enorme dedicación y acierto de boicotear el puerto de Mahón". Pero ¿Qué me dice? Pregunté . "Si, ahora ya se han podido poner precios de mercado a los amarres, y se permite el fondeo. Las tasas de las concesiones a las terrazas han bajado hasta precios razonables. Mire, mire, incluso se está haciendo la prueba de cerrar al tráfico el puerto, ya verá cuando bajemos".
Efectivamente, abajo nos esperaba un espectáculo insólito. Gentes paseando plácidamente por la calzada, algunos empujando carritos de los bebés, otros pedaleando, muchos sentados en las terrazas de los restaurantes. Puestos de vendedores de sobrasada de payés, quesos de Mahón, dulces de toda la isla, miel, manzanilla, vinos menorquines y souvenirs varios, llenaban de vida el otrora tan traficado como moribundo escenario.
El inoportuno y brusco arranque de un generador instalado a escasos metros de mi establecimiento hostelero acabó de un plumazo con la cabezadita a la que había sucumbido, animado por la falta de actividad y el calor del mediodía, y de paso acabó también con mi sueño. ¿Por qué harán las obras siempre durante la temporada turística?, tuve la debilidad de preguntarme en el contexto de ese traumático despertar. Se deberá sin duda a que quieren que los escasos turistas que nos visitan se lleven la impresión de que España no está tan alicaída como dice la prensa. Si al menos en Menorca hay ruido de obra y polvo de cemento, será que cabalgamos.