Albons es un clásico pueblecito rural catalán situado justo en el límite del bajo Ampurdán. A unos cuatro kilómetros de la costa, cerca de La Escala y no lejos de Ampurias, reúne la tranquilidad y la parsimoniosa vida del campo ampurdanés con el fácil acceso al bullicio de la Costa Brava. Dispone de Ayuntamiento propio aunque su población no supera los setecientos habitantes. Es uno más de estos pequeños pueblos de interior cuya vocación minifundista es ya imposible de mantener económicamente y que, quiérase o no, tendrá que unirse y fundirse con otros por razones de pura viabilidad administrativa.
Tener unos amigos que te invitan asiduamente a seguir conociendo esta tierra es realmente una buena ventura. El Ampurdán (L'Empordà) es tierra literaria. Aquí, cenando y viendo la final de la Copa del Rey en Calella (en el Port Bo de los "cremats" y las habaneras marineras), es fácil recordar los escritos de Josep Pla, ampurdanés de Palafrugell ("El quadern gris"). Pla ha sido olvidado adrede (y combatido de forma furibunda incluso) por buena parte del nacionalismo catalán por sus ideas contrarias a las consignas identitarias pasadas y presentes al uso. Auténtico catalán, cuando visitó Nueva York, y viendo el fasto luminotécnico de Manhattan, preguntó intrigado "¿I qui ho paga tot això?". Pla se enfrentó al catalanismo más radical y fue tachado de franquista aunque ya se comienza a reivindicar su figura por parte de los sectores catalanes menos recalcitrantes. En su día Jordi Pujol, cuya senectud no esconde ya toda su camuflada estulticia, le censuró su último artículo en "Destino" después de publicar semanalmente durante más de treinta años. Fue Tarradellas quien le concedió la Medalla de Oro de la Generalitat. Con estos antecedentes choca que ahora algún nacionalista local pretenda utilizar su nombre para sus propios fines.
Pero, y dejándonos de manipulaciones y distorsiones interesadas, lo que caracteriza a esta comarca y a buena parte de la Costa Brava (Empúries, Roses, Llançà, Port de la Selva, etc.) es la limpieza exquisita de sus playas, de sus jardines y de sus zonas de ocio turístico. Es una auténtica delicia entrar en Roses y alegrarte con interminables parterres rebosantes, efectivamente, de rosas de diversos colores. Pasearte por el coqueto e inmaculado pueblecito de "Sant Martí d' Empúries", visitar el rehabilitado (con fondos europeos) Monasterio de Sant Pere de Rodes en el fastuoso Cap de Creu, admirar la bravura de costa desde la "Torre de Sant Sebastià" en Llafranch, etc. es presenciar una loa a la belleza estética.
Después de volver a ver una vez más esta lección de sensibilidad aplicada al turismo, regresar a Menorca te hace reencontrarte con la triste realidad insular tan lejos de la excelencia en tantos sentidos. Durante muchos años, y centrándonos en Mahón, ha sido vergonzoso ver el estado de las zonas ajardinadas, rotondas, parterres, etc. Parece ser que los pasados dirigentes de la ciudad tenían su sensibilidad orientada hacia otras prioridades con el resultado que todos conocemos. Lo que era una "ciudad hermosa y galante" se convirtió en un pueblo decadente. La rada mahonesa, alma de la ciudad, que tendría que haberse convertido en el mejor y mayor puerto deportivo de esta parte del Mediterráneo, comenzó una triste decadencia por falta de una acertada reivindicación política. Para ciertos casos, Cataluña sí es un ejemplo a seguir.
Notas
- Nacho Martín tiene razón. Lo del ascensor del Puerto ya pasa de castaño oscuro.
- Que solo un 20% de los padres que, teóricamente, podían elegir lengua para la educación de sus hijos, hayan elegido específicamente catalán significa que otro 80 % no lo ha hecho. ¿Es eso un éxito o un fracaso? Si me permiten lo analizaremos en el artículo del próximo martes.
- Mi adhesión al centenario de Richard Kane.