A los que ya no están...
In memoriam
Han transcurrido muchos años, por lo menos cincuenta, desde que fuimos retratados. Y cada año existido nos ha distraído, también por lo menos, una porción de aquella profusa ilusión la esgrimida con nuestros pocos años de entonces-, que mostrábamos confiados en la fotografía. Esto no tiene mayor estimación, ni merece otras reflexiones, pues, dicha alteración -en un suponer- suele ser compensada con la experiencia; ese otro efecto subsidiario que consienten los cumpleaños. La instantánea fue tomada por don José María Florit Fernández (el senyor Pepe Florit de ca'n Sicre), en una víspera de San José, en día previo de onomástica, de atención -y de vinilo obsequiado, con gratitud y respeto- a nuestro llorado maestro de primera enseñanza y mejor persona. Se adaptaba, nuestro docente, siempre con eficacia y notable provecho pedagógico, a la ratio de la época -cincuenta alumnos por aula-, con un micrófono auxiliar, nexo transmisor de sus extensos conocimientos, que, con buen criterio, como "adelantado" de las nuevas tecnologías, se hizo instalar en la clase; ubicada , entonces, en la periferia de Maó, en "sa Maestría" , de la que dependía, y que, en teoría, se articulaba como germen de futuros peritos o "persones de profit"…
Entre otros, de cuyo nombre sí quisiera acordarme aunque no lo consiga y me apresuro a disculparme, se perfilan: Pedro, Emilio, Sebastián, Enrique, Santiago (y Jaime), Juan, José (y Pepe), Ramón, Carlos, Dámaso, Lorenzo, Álvaro, Francisco , Antonio, Jacinto, Orestes, Nicolás, Ignacio, Manuel (y Manolo), Berto, Miguel, Gabriel…, (que debemos, al recordado educador, los cimientos básicos de nuestra instrucción elemental; aliñada con dosis pautadas de urbanidad, credencial puede que aletargada pero no desvanecida del todo…), los cuales, con aquellos principios y otras alforjas…-con el andar de los años- y en un manto de oficiales, maestros e ingenieros industriales, bachilleres y universitarios (algunos) , se mudaron en probos funcionarios, empresarios, técnicos (mecánicos y electricistas), artesanos, bisuteros, delineantes, gestores y administrativos. (¿Hubo también políticos? -pues, la verdad, ese aspecto no me consta… y ¿son ya abuelos? -pues, sí; esa facultad sí se instituye en algunos...). Ahora -más fondones y más canos, desenvueltos en cualquier caso -, la vida (que naturalmente nos ha modelado a gusto y a modo ) nos ha incluido, sin mediar más causa que la de quienes tan solo se han alejado por senderos no siempre elegidos, en la proporcionada, incluso bien ponderada clasificación que acuñó Josep Pla: conocidos, saludados y -en el mejor de los casos, por concomitancias- amigos. Cuando de tarde en tarde nos cruzamos, se percibe ese soslayo inevitable de nostalgia, que dibuja a veces, tampoco siempre, aunque siempre breve, una retraída sonrisa de recuerdo, en busca, acaso, de aquellos tiempos…(como en el doliente tango) y de aquellos rostros de antaño, que intentan descollar instintivamente por encima de nuestros actuales semblantes…
La vida -a decir de García Márquez- no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla… Uno ignora si esto será cierto o no, lo que si tengo por verdadero es el recuerdo melancólico por las ausencias; demasiadas, a mi modo de ver, por cuanto no se adecuaron al "ciclo" que uno, en su ingenuidad, presumió ley...(Joaquín Sabina procuró aliviar esa credulidad con un soneto, oración a su modo, que así rezaba: "Cuando la muerte venga a visitarnos, no me despiertes, déjame dormir…"). Y duelen por la trascendencia que nos advierte -cruelmente- de que no volverás a encontrarte con aquellos compañeros de aula, cómplices de juegos y de sueños, con los que compartiste una parte importante de tu vida, puede que una de las mejores (ni sospechábamos aún -ni tampoco-espacios vacíos en torno a nuestra mesa…). Será -me pregunto- que, pese a otras motivaciones de ahora, ¿nos desviamos indeliberadamente -con real cautela-a evocaciones y emociones del ayer, como parte reveladora de nuestra actual etapa?, que, pienso, no debiera estar reñida con la esperanza; esa virtud o condición, mitad sueño, mitad aspiración, que debería exhibirse siempre y acompañarnos en nuestro camino.