En 2007, el año que estalló la crisis, teníamos un superávit presupuestario del 1,9 por ciento mientras que el año pasado los gastos totales del Estado excedieron a los ingresos en un 8,9 por ciento, con lo que ocupamos la tercera posición continental detrás de Irlanda y de Grecia en el ranking del desequilibrio contable. Si siguiéramos con nuestra antigua moneda seguro que no hubiéramos llegado a acumular un déficit fiscal de 15 billones de pesetas con que España cerró su último ejercicio. En euros son 90.000 millones de nada, una cifra que nos sitúa a los pies de los trajes negros y nos acerca a la fatalidad.
Pese a que el Gobierno se empeña erre que erre en reducir nuestro monumental y costosísimo pasivo y se aplica con saña a recortar, la situación parece empeorar cada vez y los viernes, cuando se reúne el cortejo de ministros, el país se pone a temblar. La filosofía de la tijera feroz se ha trasladado a la sociedad. No hay ya vendas suficientes para restañar tanta herida.
En esta situación crítica, Mariano Rajoy asegura, como un héroe trágico de Sófocles, que no puede hacer otra cosa y cuantos más esfuerzos hace para salir del agujero negro, más nos precipitamos dentro de él.