Cuentan que, incomprensiblemente, la recaudación de aquel miércoles se quedó sobre la acera durante veinticuatro horas… Que solo una niña rubia de ojos azules y un pequeño lunar en su mejilla izquierda comprendió lo ocurrido…
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Algunos consideraban que era un pobre hombre. Otros, con mayor piedad, hablaban de un hombre pobre. Él, sin embargo, no se sentía ni lo uno ni lo otro. La postguerra y su ideología lo habían apartado de los escenarios. Pero había construido su personal e intransferible personaje: el de vagabundo. Al serlo, se ahorraba mogollón en vestuario… Mudó la calle en escenario y escogió la rambla más hermosa, probablemente, del mundo. No era mal público tampoco ese. El decorado –se decía- hermosísimo: puestos de flores, ardillas, periódicos, loros… Y ahí estaba él, cada mañana, ejerciendo de estatua, inamovible, pétreo, viviendo de su arte, aunque su mirada, de tarde en tarde, desluciera por bonhomía un tanto su labor. Por cada moneda que le daban esgrimía un gesto grotesco y daba licencia a sus miembros para improvisar una divertida zarabanda. De tarde en tarde, los aplausos se mudaban en inmejorable propina. La liturgia únicamente se quebraba cuando pasaba una niña rubia de ojos azules y un pequeño lunar en su mejilla izquierda. Sabiéndola exenta de recursos y de salud, el vagabundo la obsequiaba con una sonrisa –que entonces nunca era mecánica- y unos movimientos repletos de gracia. Y la niña se iba entonces vestida de otra…
Se supo anciano cuando las monedas dejaron de ser ya pago para mudarse en caridad. El vagabundo decidió sentarse entonces en un banco pegado a una fuente emblemática… Su inmovilidad era, así, más llevadera… ¡Uf! ¿Cuándo podría actuar nuevamente de pie? ¿Para cuando una actuación sublime?
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Cuentan que un miércoles la gente aplaudió a rabiar. Jamás el hombre estatua había alcanzado tan alta cota de perfección, de inmovilidad... Cuentan que ese mismo miércoles la recaudación quedó sobre la calle… Cuentan que solo una niña rubia de ojos azules y un lunar en su mejilla izquierda entendió lo ocurrido al observar como, a su paso, el vagabundo no le hacía, ya, obsequio alguno…