A un siglo XIX caracterizado por un pensamiento económico lleno de certidumbres (tanto los defensores del capitalismo, como los del socialismo o del imperialismo, estaban seguros del éxito absoluto de sus respectivas ideas), paradójicamente le sucedió otro muy distinto en un siglo XX marcado por las incertidumbres, muchas de ellas derivadas de la complejidad de los problemas con que se enfrentaba la humanidad, hasta terminar inmerso en un entorno aparentemente mejor, donde libertades, democracia, crecimiento económico y bienestar parecían ir de la mano.
En la actualidad, a principios del siglo XXI, mi percepción es que hemos regresado al pasado entorno de incertidumbre con una sensación añadida que nos embarga, que si queremos sintetizarlo en una sola palabra, sería confusión, lo que provoca en todos los niveles de nuestra sociedad desconcierto, desasosiego, angustia y temor. En consecuencia, no sólo por curiosidad intelectual, sino también movido por consideraciones éticas (a la manera y estilo de Alfred Marshall, 1842-1924, descritos por Joseph A. Schumpeter), el pensamiento del siglo actual debería tener como principal objetivo iluminar con seriedad y rigor nuestra realidad económica y social, deshaciendo el círculo vicioso descrito. Un camino muy deseable sería averiguar qué parte de verdad o mentira contienen cuantos mitos y tópicos circulan como ejemplos de ciencia y modernidad, así como también la de sus secuelas y corolarios.
Mitos y realidades
La lista sería interminable pero como botón de muestra, veamos sucintamente algunos ejemplos a diferentes niveles geográficos. El primero será todo lo que envuelve y dimana de la palabra más de moda de nuestro tiempo: "globalización". La idea de un mundo global, sin fronteras, en definitiva plano, que demanda un modelo universal, un método único en todas las operaciones internacionales. Cuando la única realidad es que estamos asistiendo a un proceso paulatino de cambio hacia una sociedad más globalizada, con sus aceleraciones y sus frenazos, que tardará muchos años en lograrse plenamente y que determina precisamente otro camino a seguir: el de reconocer las diferencias y saber como tratarlas, como bien sugiere el Profesor Pankaj Ghemawat.
Un segundo ejemplo: en Europa occidental hablamos desde los años 80 de la llamada sociedad del bienestar, de la que, por otra parte, nos sentimos tan orgullosos, cuando la realidad es que ni por mucho hablar, ni por muchas alabanzas que le hayamos dedicado, podemos calificarla de uniforme, tanto en el espacio, como en el tiempo. Ni todos los Estados de Europa ofrecen idéntico bienestar, ni lo mantienen a lo largo del tiempo, y menos aún, tienen asegurado su actual nivel en el futuro inmediato. Su sostenibilidad, diríamos hoy, está en entredicho, o más sencillamente, no tenemos ninguna seguridad de que pudiera ser sostenible en el tiempo.
Y en el ámbito político?
En el marco del Estado español nos encontramos, por una parte, con un modelo de organización territorial consagrado por el artículo 2 de nuestra Constitución de 1978 y desarrollado en su título VIII que durante mucho tiempo ha sido considerado paradigma, tanto su concepción, cuanto sus resultados, especialmente respecto al desarrollo económico regional. Por otra parte, una solidaridad sin coto, exigida por las autonomías con menos desarrollo económico, limita la capacidad de crecimiento económico de las consideradas como motores en la creación de riqueza y por consiguiente, también constituye una limitación para el conjunto. Como antítesis de la primera constatación, hoy ciertos sectores políticos cuestionan todo el modelo, después de haberlo considerado el chivo expiatorio de cuantos males nos aquejan, cuando normalmente éstos han sido consecuencia directa de sus propios errores y carencias personales.
En un plano más cercano, concretamente si nos referimos a las Baleares, hemos repetido hasta la saciedad que el desarrollo turístico es o ha de ser sostenible, mientras al estudiar el fenómeno turístico isla por isla, que no dejan de constituir laboratorios únicos y excepcionales dada su condición geográfica, hemos podido verificar su absoluta imposibilidad al carecer de suficiencia energética. Otra cosa mucho más correcta sería calificar un posible desarrollo futuro, como relativamente más sostenible o acciones determinadas como sostenibles per se.
Y en Menorca?
Desde diferentes ámbitos cuya objetividad e independencia tendrían que estar fuera de toda duda, presidencia del Consell, la anterior y la actual, pasando por el recién creado Cercle d'Economia, se nos reitera de una forma más o menos directa que el turismo en Menorca representa el 80 % de su PIB o que nuestra economía depende del turismo en prácticamente un 80%. Aunque esta falacia haya sido denunciada por este autor en su escrito Alea jacta est, Menorca publicado en este diario el 29 de agosto de 2010, continua presente e impasible. Hoy, si se me permite, irónicamente añadiré que si a este 80 %, le añadimos un 5 del sector primario, un 20 del industrial, sin contar la construcción, y otro 20 del resto de servicios, ya hemos conseguido el milagro de alcanzar el 125 % de nuestro PIB, sin contar aquí con la poca construcción y el mucho sector público.
Los ejemplos podrían seguir con las transferencias a las Comunidades Autónomas (Turismo, Cultura, etc.) y la constante acción del Estado en crear nuevas funciones o campos de actuación que le permitan seguir ejerciendo el mando en aquellas áreas o competencias transferidas, muchas veces con la aquiescencia, por no decir el aplauso de los empresarios locales, que previamente habrían pedido la perpetuación del cargo de Ministro del ramo, sin funciones ni tareas. Con el imaginado modelo de desarrollo turístico menorquín. Aquí créanme si les digo que podemos acostarnos por la noche con la consolidación fiscal, o equilibrio presupuestario del Estado (ingresos = gastos) y levantarnos por la mañana discutiendo acerca del tamaño del déficit público de los próximos años.
¿Dónde están los intelectuales?
En este punto, creo que ya tenemos suficientes muestras, el amable lector conocerá muchas más, para volver a la cuestión al principio planteada sobre la misión del pensamiento económico actual. Hoy necesitamos más que nunca los guías que iluminen y limpien los caminos de tanta incoherencia, por no decir falsedad.
Que con la honestidad y rigor que les caracteriza, frente a la potente maquinaría propagandística, ante la cual palidece la figura de Goebbels, siempre al servicio de los más poderosos, con la consiguiente estela de seguidores que nos machacan continuamente con idénticos contenidos, no tengan reparo en descubrir tanto el común denominador que mantienen muchos de ellos al sustituir lo relativo por lo absoluto, o la total imposibilidad de los centralistas, tantas veces uniformadores, en regir los destinos de una organización descentralizada sin desnaturalizarla, cuanto las contradicciones de los interesados planteamientos sesgados, vertebrando y fortaleciendo siempre en última instancia el justo criterio de la ciudadanía, de la sociedad civil.