No quería volver a casa. No tan pronto, de repente, a media mañana. No quería volver y tener que decir por qué estaba ahí a esa hora, por qué en casa y no en la oficina, que le preguntara su mujer si estaba enfermo o qué pasaba. No quería enfrentarse a la realidad, no todavía, primero necesitaba digerirla, hacerse a la idea, pensar en los siguientes pasos, decidir qué hacer mañana.
Pero ¿Qué pasos se pueden dar cuando no hay más camino? ¿A dónde ir cuando ningún lugar ofrece nada? ¿Dónde buscar lo que nadie encuentra? ¿Cómo demonios conseguir trabajo?. Preguntas como esas le rondaban la cabeza y no paraba de darle vueltas sin lograr aclarar nada. Demasiado mayor para empezar de cero, desde abajo, muchos jóvenes disputándose ese tipo de puestos; demasiado débil como trabajar con el físico, para que alguien quisiera contratarle para descargar cajas, o trasladar muebles o cualquier otro esfuerzo; demasiado experto en una sola cosa, muchos conocimientos de un trabajo muy concreto, mucha experiencia en una sola área como para escribir un currículum que resultara atractivo para otro tipo de actividades; demasiados compañeros de oficio en paro, su sector devastado, numerosas empresas en quiebra, ninguna oferta. ¿Y entonces qué?
Por el momento cobrar el paro. Al menos tenía eso durante un tiempo. Como su mujer al principio, aunque ya nada. También ella perdió su trabajo, también con una situación parecida -crisis, nuevas leyes, ERE y mala suerte-, y tampoco ella ha encontrado nada en todo este tiempo, demasiado mayor también por lo que ha ido viendo, y ya se le acabó el subsidio hace algo más de año y medio. Ahora todo el dinero que entraba en casa era el suyo, el de él, que era poco pero aguantaban. A partir de esa mañana sería aún menos. ¿Cuánto? Apenas nada pero todo. ¿Se puede comer menos y seguir vivo? ¿Se puede no pagar la hipoteca y no quedarse sin techo? ¿Se puede encontrar trabajo sin mantener un teléfono? No sabía cómo reducir gastos. No veía fácil, ni mucho menos cerca, encontrar la forma de aumentar ingresos. Como España, él mismo. Y entonces le sobrevino la manera de afrontarlo.
Haría como su presidente, como Rajoy, haría lo mismo: nada. No le diría a su mujer que ha perdido el trabajo, ni mostraría preocupación. Y saldría todos los días por la mañana como si fuera a algún sitio, a trabajar, pero en realidad a no hacer nada. Saldría alegre, despreocupado, y empezaría a hablar de fútbol, a interesarse por los deportes y los éxitos ajenos, para apropiárselos y sentirse partícipe aunque sin premio. Y luego, cuando cada vez apretara más la escasez de dinero, cuando no pudiera ocultarse más la gravedad del problema, y asediaran las facturas, los impagos, entonces pondría sobre la mesa los papeles del divorcio para abrir otro debate. Tema que llevaba mucho tiempo aparcado, que muchas veces se habían propuesto aunque siempre lo aplazaban. Ese sería el momento. Ya no por los motivos del principio, ya no para solucionar ningún conflicto, todavía muchos en pie pero nada urgente, ahora solo como tapadera, para esquivar afrontar la cruda realidad de su impotencia.
Y mientras, cruzar los dedos a ver si el mundo se pone del revés y a su gusto. Haría como Mariano, eso es, como su presidente. Haría lo mismo. Nada. Y volvió a casa decidido, presidiendo orgullo. Sin ningún futuro; casi contento.