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Contigo mismo

¿Hay alguien?

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Es domingo. Los domingos Maó se asemeja a uno de esos viejos pueblos abandonados del Oeste americano que, en los "westerns", nunca presagiaban nada bueno. Mientras desayunas, desde la ventana de tu cocina, vislumbras la imagen, ya familiar, de Manolo, sentado, como siempre, en los escalones del hipermercado. Para él, anciano, solo y con escasos recursos, aquel lugar, metido a santuario, no es sino refugio y escapatoria a una soledad que sabe, ya, irremediable. La suya es la única figura en tu calle despoblada…

Es domingo. En domingo, exceptuando las heroicidades de unos pocos, resulta incluso difícil encontrar un bar en el que tomarte un café o una librería abierta más allá de las doce…

Antes de salir, reconfortado por un reparador silencio, envías un "e-mail" a Carmen. "¿Cuánto tiempo hace que no la ves?" – te preguntas-. Para quebrar frialdades le añades un "emoticono" (sustituto ligero de esos sentimientos que correteaban por las antiguas cartas de ayer, con aroma a tinta fresca y esfuerzo de sello adquirido). Y, después de mirar tu saldo bancario por "Internet", sales a la calle en busca de refuerzos económicos. El cajero no te saluda. Le falta esa vocecita de las máquinas de tabaco que, aunque mecánica y metálica, por lo menos conserva algo de carne, algo de hueso… Le das las gracias al cajero a modo de sarcasmo… ¿Por dónde andará aquella jovencita, de la sucursal, que tanto te gustaba y que te atendía empujándote a abrir constantemente cartillas retóricas?

Son las doce. Todo sigue oliendo a "western", hasta el punto de que temes encontrarte, en cualquier esquina, en cualquier momento, con el Gary Cooper de su eterna soledad de "sheriff" o con Vicenç y Águeda con sus pistolas Maó/Mahón/Maó en perpetuo duelo…

Ya en la gasolinera, un gesto desde la distancia te proporciona el cada vez más costoso biberón de tu "Seat"… A la hora de pagar, la dependienta te suelta una especie de gruñido a modo de saludo. La crisis tiene esas cosas… Aprovechas la ocasión para adquirir comida precocinada y regresas a casa. Manolo sigue ahí… Por la noche (aún no lo sabes) encargarás una "pizza" por "e-mail", aunque la pizzería de marras esté a apenas quinientos metros… Ahora "mola" –te dijeron- hacerlo así. Aunque hubieras preferido escuchar la voz sensual y amable de la mujer (¿cómo será?) de los encargos telefónicos…

Sobre las dos, efectúas llamadas que se convierten en "perdidas". Cada día se te da mejor eso de hablar con un contestador… Por lo menos siempre está y nunca te replica…

Cuando te despiertes de tu siesta tal vez optes por ir al cine con entradas, todavía por fortuna, adquiridas en taquilla y no en un "servicaixaX"… "Algo es algo" –piensas-.

Anochece… Manolo ya no está ahí…

Anochece… Pedir una pizza por "Internet" no es, definitivamente, lo mismo…

Anochece… Y te das cuenta de que en doce horas sólo has hablado con máquinas…

Maó sigue oliendo a "western"… Muchas ciudades –demasiadas- huelen a "western"…

Sales a tu pequeño balcón y en voz baja preguntas: "¿Hay alguien?"

Aún no lo sabes –tampoco-, pero cuando veas a Manolo te sentarás a su lado durante un tiempo… Él, educado, te dará las gracias, desde la falsa creencia de que lo tuyo es un acto de caridad, cuando es, simplemente, interesado acto reflejo de supervivencia…

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