Echar las campanas al vuelo.
Oír campanas y no saber dónde
Campana de latón tiene mal son
Ni camino sin atajo, ni campana sin badajo
Da una sola campanada, pero que sea sonora
El que tenga un hijo majadero, que lo haga campanero.
El vivir en el ámbito rural, priva escuchar el son de las campanas. En mi infancia su son siempre estaba presente en la vida cotidiana. Incluso sus sones se escuchaban en la lejanía. De buena mañana, a las siete, el sonar marcaba la hora dedicada al Ave María. Llegado el otoño y el invierno se trasladaba a las ocho.
Entrar en la escuela se hacía al son de la campana que se encontraba a mano derecha,
Recuerdo a la hermana Casilda haciéndola sonar. En algunas ocasiones la suplía la hermana María, especialista en poner inyecciones, siempre se la veía ir y venir con su bolsita de piel donde llevaba una cajita metálica con su jeringuilla que hacía hervir al llegar al domicilio donde había sido requerida.
A las doce, nuevamente sonaban las campanas, indicando mediodía, lo que se conocía como Ángelus. Durante el tiempo pascual, se rezaba el Regina Coeli. Mientras al oscurecer, después del rezo del rosario, llegaba el toque de oración.
Curiosamente la motora de La Mola quitaba amarras a las doce en punto, al momento se escuchaba la campanada del reloj de la Estación Naval y al unísono el ronroneo de los dos motores Hispano Suiza de 45 caballos cada uno, pudiéndose ver como hombres de todas las edades y condiciones se persignaban. Ningú estava empegueït, y tampoco se puede atribuir a que era postguerra, la señal de la cruz se había venido haciendo de toda la vida
Tal cual me lo explicaba el mecánico de la motora, añadiendo: A principios del siglo XX en su infancia las campanadas de las 12 se las conocía como "per buidar olles", como muy bien dice su nombre, por ser la hora en que se iba a comer. Se formaban largas colas en la acera del hospital civil, cada cual con su olla o cazuela en busca de un plato de comida caliente, la pobreza era extrema.
A las trece treinta, vespres. Coincidiendo con el momento de dirigirse al trabajo. Era curioso observar como corrían los chiquillos camino as tornall.
La puesta de sol indicaba la reunión de las familias entorno a la oración, el rezo del rosario.
La familia de mi padre en aquel entonces vivía en la calle de San Juan, celebrándose en la capilla de la Consolación. Mientras que otros hacían lo propio en el convento de las Carmelitas de la calle santa Rosa. Se repartían con el del Sagrado Corazón de la calle de San Fernando.
El canto de las campanas estaba presente siempre en la vida de la vecindad. Cada parroquia cuidaba de su entorno. Estando asociada con los rituales religiosos, de ahí que su tañer se utilizaba para llamar a la comunidad a los eventos religiosos o seculares.
El escribir sobre este tema, no es casual. Ayer, arreglé una carpeta de la época de bachillerato, en que hice un trabajo, juntamente con los compañeros de la clase, sobre las campanas de la iglesia de San Francisco. Fue don Enrique Cardona, profesor de Religión el que sugirió dibujáramos una campana enumerando sus partes y sus nombres respectivos. Para ello usé una de las hojas del bloc de dibujo de la clase de don Juan Vives Llull. En aquel trabajo, que observo algo borrado por haberlo realizado a lápiz, y el paso del tiempo no perdona, leo: Yugo- asa, combro- tercio- medio- pie-labio- borde. badajo- medio pie. Fue hecho con la ayuda de don Juan Gutiérrez, al cel sia. Persona excepcional, infinidad de cosas bonitas acuden a mi memoria, casó a mis padres en la capilla del Sagrario. En mi librería se encuentra un libro titulado "El enfermo de lepra", se trata de un manuscrito medieval de un enfermo de lepra que hacía sonar su campana para advertir su presencia. Su lectura fue recomendada por el señor Gutiérrez, al que recuerdo como una gran persona, archivero del Ayuntamiento de Mahón, privilegiado respaldo que fue para María Luisa Serra Belabre, muchos de sus trabajos fueron apoyados por el señor Gutiérrez, personaje lleno de sabiduría y de humildad, llamándome la atención el mutismo que todos tenemos en torno a él, después de sus trabajos de investigación e infinidad de publicaciones.
En el pie del dibujo fui anotando lo que fue dictando el señor Gutiérrez, entre otras cosas, que en las campanas se suelen realizar escritos en relieve, trabajo que se hace en la propia fundición. En el momento de bendecirlas se las bendice con un nombre que también suele ir gravado. Incluso es frecuente que las campanas lleven algunas inscripciones.
El badajo es donde se ata la cuerda con la cual se hacía sonar. En la actualidad se hace a base de un mecanismo electrónico, una especie de reloj.
El giro de la campana es por mediación del yugo que debe tener contrapesos de plomo. El repique manual, en el que la campana esta fija, se hace manualmente a través del movimiento del badajo con una cuerda. El que la manejaba era el campanero.
Hoy aquel trabajo, debería añadir, se hace eléctricamente a través de motores y ordenadores.
Por mediación de las mismas el vecindario se enteraba del fallecimiento de algún vecino. Su tañer inconfundible a mort ponía sobre aviso de la fatal noticia. Si bien la funeraria se encargaba de pasar casa por casa haciendo saber el óbito, horario del rezo de la corona y entierro. A la primera acudían las mujeres y los hombres acompañaban el coche fúnebre hasta el cementerio.
El toque de difuntos, llegaba al alma, excesivamente lento, recuerdo que iban sonando dos campanas, las de mi parroquia, que las niñas desde abajo nos gustaba ir observando.
Una semana después se reunían todos en la iglesia a la cual pertenecían, donde se celebraba el funeral, acompañando a la familia.
Por aquellas fechas no se conducía el féretro a la iglesia, algo que me da la sensación de que era mucho mas higiénico que actualmente. En el extranjero y otras ciudades españolas se efectúa el acto litúrgico a continuación del tanatorio, todo en el mismo lugar. No deja de extrañar que se saque el cadáver del tanatorio y se entre en la iglesia, después de pasearlo por la ciudad. Creo que con esta actitud se ha dado una passa enrrere.
No puedo finalizar, sin citar, los repiques más festivos, los que se escuchaban el Sábado de Gloria, acompañados del repiqueteo de todas las iglesias a un mismo tiempo, mientras el pueblo salía a la calle con cantos, repiques de tapaderas de cazuelas, divirtiéndose chicos y mayores.
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