Que vivimos en la mejor isla del Mundo no lo duda nadie. Huérfana de problemas que acechan a urbes de las que queremos desmarcarnos, Menorca es un tesoro para los que disfrutamos lejos del mundanal ruido y que nos movemos mejor en las distancias cortas. Puede que vivir aquí conlleve un coste que va mucho más allá del dinero como puede ser tener que renunciar forzosamente a ciertas comodidades que abundan en las grandes ciudades o 'disfrutar' de unas conexiones aéreas infrahumanas, tremendamente caras y que nos dejan al borde del aislamiento. Pero terminar de trabajar y poder escaparnos a dar una vuelta por el puerto, poder pegarnos un chapuzón entre y entre los que trabajamos a jornada partida o evitarnos horas de carretera de casa al trabajo y viceversa, endulzan cualquier crisis momentánea que tengamos con Ryanair, Vueling y demás.
Habrá quien piense que tenemos más cerca de lo que parece el paraíso terrenal y que somos unos privilegiados. Por eso, ¿para qué salir de aquí? Cada vez nos cuesta más y con más frecuencia dejar Menorca para hacer turismo ni que sea un fin de semana para estirar las piernas por Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad. Estamos bien, volar es muy caro o se está más cómodo tirado en el sofá un sábado por la tarde que abriéndote paso entre la marabunta en Ikea o en cualquier Corte Inglés. Excusas las hay de sobras, pero inconscientemente vamos cerrando la mentalidad de una forma preocupante.
Vivir en nuestro particular mejor lugar del planeta no debe significar que tengamos miedo a descubrir otros mejores lugares del planeta. Viajar y conocer culturas, ni que sea la de la isla vecina, forma parte del proceso de formación del individuo. Si la persona además de acudir a la escuela, compartir experiencias y hacer amigos aprende que lo que es diferente no significa que sea malo, probablemente el día de mañana el mundo será un lugar mejor. O lo que es lo mismo, si no pone caras raras cuando ve una mujer con velo ni se agarra con más fuerza la cartera si se cruza con una piel más oscura que la suya.
Quizás si aprendemos que hay algo más allá fuera valoraremos mejor lo que nos rodea y, más importante todavía, a los que nos rodean. Como dice un proverbio indio, "la tierra no es una herencia de nuestros padres sinó un préstamo de nuestros hijos".
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