Quién sabe si hoy se acaba el mundo o si es mañana o el año que viene. Cómo saber si los Mayas tenían razón en eso, o si realmente se referían precisamente a eso cuando calculando su calendario se paraban en hoy, sin contemplar el mañana. En cualquier caso para averiguarlo ahora no hay más que esperar unas horas y, como mucho, cruzar los dedos, que es por otro lado lo que llevamos haciendo años y años y no porque el mundo se acabe sino porque unos pocos se lo están terminando.
En los periódicos se habla de un país donde estalló una guerra que dura meses y miles de personas se han quedado ya sin mundo y muchos otros cientos de miles se preguntan por qué sin otra respuesta que más muertos. Allí, ahora mismo, la razón la tiene y la quita el que dispara antes, el que acaba matando, el que siga vivo. Cada bala es un argumento, cada bomba un contrarréplica desde más lejos, cada muerto del otro bando hace el propio más numeroso y ése es el juego y a la vez las reglas. En otros países llevan tanto tiempo en guerra que no es noticia y poco se cuenta. No se sabe nunca cuándo acabará una guerra, ni siquiera se sabe si ha llegado al final cuando parece que termina. A veces duerme el conflicto durante años hasta que viene alguien y rearma los bandos o aviva el fuego de la guerra con la madera de vender más armas, y se vuelve a cargar la rabia contra el otro, y otra vez el otro carga con toda la rabia de enfrentarse a muerte. Otros países se arman hasta los dientes para que los que viven de aprovisionarlos dejen de apretar los suyos amenazando: cómprame armamento y estaremos en paz. Y van cayendo, uno a uno, miles de mundos contra el suelo, miles de vidas fuera de este mundo.
Pero hay otros más, a uno lo llaman Tercer Mundo (que de llamarse Primer Problema sería otro el enfoque y por lo tanto la manera de afrontarlo) y ahí mueren millones de niños de enfermedades aceleradas por el hambre, mueren de sed o abandonados a su suerte, toda mala. Mueren sus padres y sus vecinos, muchos a la vez, muchos en demasiados sitios. El grito del hambre es cada vez más numeroso pero a la par incrementa el ruido de fondo que lo enmudece, que lo apaga, y no se oye. Apenas escuchamos nada. Si no vamos a socorrerlos para qué dejar pasar la voz que pide auxilio.
El fin del mundo ocurre todos los días, a muchas familias, en demasiadas partes. Los Mayas tenían razón, todo acaba en catástrofe, también entonces, todavía ahora.
Tal vez todo termine definitivamente hoy, pero lo peor es que muchos no notarían la diferencia.