Todavía no hemos digerido las fiestas navideñas -de hecho los adornos aún pueden verse en calles y en no pocos hogares- cuando ya estamos celebrando Sant Antoni. Si el tiempo lo permite, a partir de hoy las plazas volverán a llenarse de fiesta y cuando los ecos de la Diada se vayan apagando no nos daremos cuenta y el Carnaval aparecerá en el horizonte. De hecho, ya he empezado a ver toda la gama de productos para la ocasión en determinados comercios. Y cuidado, que ya hay quien suspira por los días que faltan para que suene el fabiol y el tambor. Dejando de lado las particularidades de cada una de las citadas celebraciones, parece que estamos instalados en una especie de juego de la oca donde vamos de puente a puente dejándonos llevar por la corriente a las orillas de las jornadas marcadas en rojo en el calendario. En ellas buscamos refugio y motivos de alegría que rompan con la rutina pintada de gris que nos acompaña en estos tiempos atribulados. Pero, cada vez es más difícil encontrar islas para naufragar (que diría Sabina) y ocultarnos de la tormenta. Particularmente, mis expectativas festivas se han ido rebajando poco a poco. Vamos que paso de los fastos tipo panem et circenses. Y es que cuando miro alrededor me acuerdo de cómo me saludó un campesino sardo mientras me estrechaba la mano: saludi e trigu, que viene a ser un deseo de salud y trigo (trabajo, comida...). Pues eso, para ustedes y para mí saludi e trigu, dos palabras que conducen a una de las puertas de la felicidad.
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