Escrito queda cómo lavaban nuestras bisabuelas, y ses sàvies, cómo lo hacían nuestras madres y para finalizar algo más anotaré, todo ello con el ánimo de que las futuras amas de casa, nuestras nietas, sepan apreciar en qué tiempo tan innovador les ha tocado vivir. De las comodidades que gozan, algo que de verlo nuestras mayores, quedarían ben esbadalides. No hay para menos.
De aquel suplicio, de restregar la ropa sucia entre las cenizas de madera, pasando por el jabón casero, un recuerdo para las pastillas Lagarto y si me permiten mucho más para las que elaboraba Olives, en su almacén de baixamar. Se encontraba cuatro o cinco magatzems, pasada la farmacia, de camino hacia el bar La Marina. Negocio familiar, que amén del jabón para usar en la tabla, servían lejía para clarear la ropa blanca y otra más fuerte para la limpieza de baños, las aceras de la calle, o el fregado a fondo del patio. Repartían la mercancía con un carro i una bístia por todas las tiendas de nuestra ciudad , casas particulares y por las norias del extrarradio.
Antes de continuar debo anotar, que muchos de los problemas con que toparon las amas de casa, fue debido al agua, tan escasa. La poca de que se disponía era gracias a la cisterna particular, donde se recogía la que provenía de la lluvia, todo un ritual. Pasadas las fiestas de la Virgen de Gracia, se barría a fondo el terrado intentando eliminar las malas hierbas que habían ido creciendo entre ses teulades. Al llegar el tiempo de las lluvias se mantenía la pica conductora del tubo que bajaba a la cisterna, bien tapado para que las primeras lluvias limpiaran a fondo las tejas, esta era la creencia, una vez limpias, se suplía el tapón de sa piqueta por el filtro natural un socarrell. Dejando pasar de esta manera aquel caudal directamente. Más tarde se introducía el saco de carbón mineral y otro con cal, atados en el interior de un cesto, con la creencia de la purificación del agua para beber, cocinar y lavarse el pelo.
1959.- Se iba hablando del plan de estabilización, el desarrollo de la sociedad de consumo iba creciendo a marchas forzadas, se iba reforzando la presencia de la mujer en el mundo laboral, muchos partían en busca de trabajo lo que significaba que se estaba constituyendo una etapa de profundos cambios socioeconómicos, a la vez que culturales. Todo ello llevaba a otro cambio, el de la mujer en el hogar, a la que voy a llamar revolución a la entrada de los electrodomésticos.
Alguien muy espabilado dijo que las matemáticas no fallan, y tampoco iban a fallar los enchufes de las lavadoras, las planchas de planchar, los primeros turmix, supliendo los antiguos hornillos de gas ciudad, por los eléctricos, los termos de ducha, y no puedo dejar de citar el más importante de todos ellos, las bombas sumergibles.
Desde finales de 1920, se iban vendiendo las Vibro-Verta, una maravilla para fines caseros, evitando pozar, aquella bomba hacía el trabajo de las sufridas amas de casa, poa que te poa tot es dia. Escasas eran las casas que disponían de las mismas. Añadir que esta expansión precisaba de una remodelación que debía provenir de la alcaldía. Fue don Gabriel Seguí Mercadal, un ejemplo de alcalde, el que modernizó como nadie nuestro Mahón, quien nos llevó la instalación del agua corriente y el desagüe, evitando el siempre desagradable paseo de la recogida de aguas sucias: Es suquero.
A todo ello podríamos llamarle el avance del siglo XX. Agua corriente, lavadoras, desagües, jabones excepcionales para las automáticas, relegando las pastillas, etc.
Al cambiar la tabla de restregar, también cambió, el método de limpieza, para ello durante la noche se dejaba en el interior de la máquina suficiente agua cubriendo la ropa que debía estar en remojo toda la noche acompañada de unos polvos mágicos que se adquirían a granel, conocidos por polvos azules. Ideales para fregar los cacharros de cocina.
Nuestras tiendas de comestibles donde se encontraba cuanto un ama de casa precisaba, se vieron abocadas a dejar en algún estante espacio para un nuevo producto, muy pronto se llenaron de cajas de cartón, de tamaños muy manejables, de vivos colores. Conteniendo los polvos para la lavadora.
Marcas muy recordadas fueron, ESE, cantándose en su publicidad; ESE, lava limpio, limpio, limpísimo; blanco, blanquísimo.El mágico OMO. PERSIL, entre otros.
Hacía poco que las mujeres usaban las enaguas de nylon, el problema de esta fibra, se encontraba en su fácil pérdida de blancura, que intentaban mantener con los polvos mágicos. Un sobre de Blanco eterno nuclear. Se dejaba en remojo varias horas tendiéndose en la sombra. Decían las entendidas que el mayor enemigo para la blancura era el sol, al contrario de lo que se había creído toda la vida. El rey solar amarilleaba la fibra.
Pero mucho antes, ya se conocía el Norit, la ovejita con la lazada azul alrededor de su cuello. Ideal y especial para la lana, principalmente la ropa des bolquim. Después llegó el Perlán.
A lo largo de este escrito, alguno de ustedes habrá recordado la almohadilla de Mistol, presentado en paquete de grueso plástico transparente, empezó a triunfar en 1950, era una especie de multiusos, que se vaciaba en una botella junto a un litro de agua, con aquella especie de brebaje por llamarlo de alguna manera, se lavaban los vasos, platos, cubiertos y utensilios de cocina por este orden, ya que siempre hubo un protocolo per escurar. Se finalizaba con los fogones, aclarándose después mientras todo iba escurriendo, para pasar al secado.
En verano, se aprovechaba el calor, secando sobre alguna pared o parterre del patio donde se depositaban las sartenes, las cazuelas de barro y las de aluminio, evitándose el uso de trapos de cocina.
Las sufridas mujeres, no acababan ahí la faena, quedaba planchar que se realizaba sobre una manta de algodón que se extendía sobre la mesa de la cocina. Alguna disponía de tabla que situaba sobre lo alto de dos sillas, eran las menos. La primera que vi metálica plegable fue en casa de la señora Nina, como llamaban en mi casa a la esposa del señor Parpal. (Propietarios de la tienda de la cuesta de la plaza con la de Buenaire).
Las pesadas planchas de hierro, las que llevaban el carbón incorporado, fueron modernizándose, eliminando aquella especie de cápsula. Se acostumbraba tener de dos a tres, según el volumen de ropa del hogar. Se ponían sobre el fuego, mientras se usaba una de ellas las otras dos se iban calentando, iban estupendas para quitar las arrugas más rebeldes, pero tenían un pero… era arriesgado ponerlas directamente sobre la tela si esta era blanca ya que era muy fácil ensuciarla, por lo que se acostumbraba ir planchando sobre un trapo, para que el metal no tocara la prenda.
Muy pronto si Dios quiere les presentaré un trabajo que he ido realizando de una famosa planchadora, trabajo muy usual cara al público, con ello quedará completo este trabajo, que ha ido pasando por la historia de los trabajos propios de la mujer.
Sin duda uno de los primeros capítulos debí dedicarlo a infinidad de mujeres que trabajaron de lavanderas, ganándose un jornal gracias a la cantidad de militares que aquí residían y otros tantos que llegaban con sus escuadras procedentes de infinidad de países, barcos y escuadras que nos visitaban, principalmente sus jefes al llegar a puerto lo primero que hacían era ir en busca de una lavandera entregándole un montón de ropa sucia. Con la particularidad que los tejidos más difíciles de tornar en si eran los de la ropa de color, mucho más que la blanca, ésta con la ayuda de la lejía quedaba aclarada no sucedía lo mismo con la negra o azul marino. No tan solo lavaban, la entregaban repasada, planchada y almidonada, puños, cuellos, chorreras, etc.
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