No, no me refiero a la novia casquivana del gallo alfa del Canal Salat (que en paz descanse, en caso de que finalmente acaben por darla matarile), hablo de la gallina de los huevos de oro: parece ser que el nuevo plan es administrarla un caldito para ver si se anima a ovular con mayor entusiasmo. Albergo la inquietante sospecha de que el caldito esté envenenado, y ya sabemos cómo actúa el veneno en las ponedoras: parecerá un accidente cardiovascular. También pareció un accidente el estado de coma en que quedó el puerto de Mahón tras la dieta a que fue sometido por la Autoridad Portuaria mano a mano con la Autoridad No Portuaria durante un buen par de décadas.
Sin ser gallinas, las playas vírgenes producen huevos de oro en cuanto constituyen uno de los atractivos más exclusivos de nuestra isla. No es el único, desde luego, pero sí uno muy relevante. No creo aventurar demasiado si afirmo que tienen encantado a un tipo de turismo que debería ir muy lejos para disfrutar de este natural y estratégico recurso si por mor de la pírrica recaudación de unas tasas dejara de encontrarlo aquí (por no hablar de la multitud de enamorados que tiene entre la propia sociedad menorquina, que no desean malvender ni corromper su patrimonio). Lo verdaderamente especial de una playa virgen radica básicamente en su virginidad. Resulta palmario que si uno quiere visitar un arenal con chiringuito y/o tumbonas y/o patinetes, tiene donde elegir tanto en Menorca como en miles de playas dentro y fuera de nuestro entorno mediterráneo. Sin embargo, quien quiera disfrutar de una playa inmaculada tiene muy pocas alternativas incluso abriendo su abanico a las hermanas baleares o a la Península, ya que en casi todas partes la codicia, la sandez, o el principio del pan para hoy (que mañana dios dirá), han condenado a nuestras costas -tras tosco manoseo- a perder finalmente su virgo.
Si preñamos a una playa virgen, con toda probabilidad no pondrá un huevo de oro sino que dará a luz en el mejor de los casos un chiringuito bastardo, que si además se parece a la mayoría de sus primos será un individuo grasiento y chusco con vocación de dar el palo a los incautos, ofertando un material de tercera a precio de mirra; y esto último no siempre por amor a la morralla sino por la presión que ejerce sobre ellos la necesidad de amortizar la jugosa concesión.
Lo que en principio parece una fuente de pasta limpia para el ayuntamiento no siempre luce a largo plazo: el turista tiene la puñetera costumbre de preferir acudir a sitios donde se le trata bien en detrimento de otros donde se siente timado. Lo de "una y no más Santo Tomás" es el mantra más repetido entre los receptores de sablazos.
Si de mí dependiera establecería un plan para mejorar los chiringuitos ya existentes, defenestrando las opciones que tanto se parecen al chabolismo y tratando de acercarnos más a modelos como el de Binibèquer u otras opciones más acordes con el entorno, rústicas, con un poco de glamour, con menos plástico y menos carteles de colores, y dejaría en paz a las playas vírgenes, que son la marca de la casa y que permiten que nos distingamos de todos los demás destinos. Dicho de otra manera: buscaría la excelencia en lo ya consumado y mantendría la excelencia de fábrica de lo que natura nos regaló.
No creo que a nadie en su sano juicio se le ocurriera asfaltar el Camí de Cavalls con la excusa de que el turista pueda acceder a las preciosas vistas que lo enmarcan, cómodamente instalado en un autobús turístico con retrete. Quien busca comodidad tiene donde encontrarla, a veces sin salir del sofá. También quien busca un entorno natural debe tener el derecho a disfrutarlo, sobre todo si con ello no solo no estrangula la economía comunitaria, sino que la estimula a largo plazo por el sistema de ayudar a conservar la belleza que recibió en herencia. (Un entorno natural, espectacular en nuestro caso, y rigurosamente preservado es cada vez más valorado tanto por las emociones que transmite como por su creciente escasez)
Matar la gallina nos reportaría carne suficiente para una paella, que digeriríamos con rapidez, pero ¿cuánto tiempo tardaríamos en echar de menos los dorados huevos? Menorca ya ha metido la pata demasiadas veces en demasiados temas. A ver si dejamos ya de cagarla, aunque solo sea para ver qué sucede.