Dentro de pocos días comenzarán, salvo sorpresas bastante improbables de última hora, los trabajos de dragado del puerto de Maó. La necesidad de que los barcos de gran calado transiten con seguridad y, especialmente, que la ciudad no pierda la oportunidad de atraer cruceros, justifican la operación.
Solo el inmenso buque Sinfonía, con su capacidad para 2.200 pasajeros, supone un plus de actividad turística y económica que Maó no puede perder. Los fangos del dragado son de categoría II, con elementos contaminantes, pero en una concentración que se considera moderada, así que su vertido controlado al mar es legal. Sin embargo, hay algo que me apena en toda esta historia, y es que a ese mismo mar que aporta vida y riqueza le devolvamos siempre nuestra basura. Dejamos de verla y parece que no existe. Como si la capacidad de ese mar fuera ilimitada, manteniendo un concepto anticuado y alejado de la conciencia ecológica de hoy día, que de nada vale si no se traduce en hechos tangibles. Después nos extrañamos de que la basura nos sea devuelta con la marea o que las corrientes nos traigan medusas o que nuestros propios alimentos puedan estar contaminados.
Me pregunto si en un lugar como Menorca, con la elevada protección ambiental de que goza, no se podían haber estudiado otras posibilidades, sin limitarnos a aprobar el examen con el cinco raspado que marca la legalidad, sino apuntando hacia el excelente. Si en esta ocasión, como en otras muchas, lo urgente no ha permitido ver lo importante.