Suele ocurrir -lo sabes-, y con frecuencia, que las formas (su poca inteligente elaboración) desdicen -y hasta desacreditan- el fondo. Algo parecido ocurrió con el último concierto del "Grupo Filarmónico" de Maó ofrecido el pasado día 29. El mensaje que se intentó transmitir (y que podrías suscribir con facilidad) se malogró en su totalidad por la triste metodología utilizada. No era el acto, ni el día, ni el lugar adecuados para montar lo que ahí se montó y que resultaría difícil de calificar o clasificar. Se puede recurrir, como excusa, a la necesidad de ser tolerantes. Pero la tolerancia se cimienta sobre el respeto, ese que -piensas- brilló por su ausencia. Se trataba de un concierto sacro, en un Viernes Santo y en un lugar de culto. Se conmemoraba la muerte de Cristo, figura a la que se puede uno acercar desde la fe -éste sería tu caso- o desde el ateísmo. Desde ambas posiciones, sin embargo, se confluirá en el hombre que, de manera más contundente y desgarradora, se aproximó a los desheredados de la tierra, a los débiles, a los marginados, a los pobres… ¿Se merecía, por tanto, tanta desconsideración?
Y a la falta de respeto hay que sumar la ignorancia y el engaño. Ignorancia por no saber que, en infinidad de ocasiones, el ambón de la parroquia de Santa María ha servido de tribuna para todo tipo de testimonios. No ha sido, pues, preciso, recurrir a otra clase de "eventos". Y engaño porque el público asistente acudía a un concierto y no a aquello con lo que se topó. ¿Fue previa y éticamente avisado de las "variaciones" establecidas en el programa, de su "obertura"?
Por otra parte, tras el Grupo Filarmónico existe una entidad cultural de enorme prestigio a la que se involucró y que cobija todo tipo de sensibilidades. Triste favor el que se le hizo.
Y regresas a la utilizada coartada de la tolerancia, preguntándote si, a partir de ahora, dará de ella muestras el Grupo Filarmónico cuando en uno de sus futuros conciertos algún colectivo o persona determinada preludie o interrumpa sus actuaciones para defender cualquier tipo de derecho, por muy justo que éste sea… ¿Será sujeto pasivo cuando, en pleno adagio, un profesor, por ejemplo, con camiseta incluida, quiebre la triste melodía para hablar de recortes y en el "allegro" final otras personas hagan otro tanto con sus particulares denuncias? ¿Y si, una vez abierta la "caja de Pandora", en cada una de las intervenciones del grupo se fueran iterando, de manera constante, recurrente e irrefrenable, las interrupciones reivindicativas?
Y repites con la finalidad de evitar futuras muestras de fácil demagogia: no se censura el contenido, pero sí la forma.
Queda, tal vez, un último punto. Quizás el más hiriente. ¿Es la música compatible con esa evidente falta de respeto cometida el pasado Viernes Santo? ¿No es acaso la música el más universal de los lenguajes y vehículo por excelencia para el entendimiento entre los hombres? Tal vez el Grupo Filarmónico, y de manera muy especial su directora, deba efectuar una serena revisión de lo acaecido, porque no era de recibo lo vivido, lo que de una manera más o menos sutil se impuso a un auditorio desconcertado y, a la par, extremadamente educado… Tal vez de ese autoanálisis surja una conclusión a modo de disyuntiva: o se modifican ciertas actitudes o se deja de interpretar…