Al final creo que no iré a la cárcel. Ni al infierno. No es que lo tuviera en la bandeja de tareas pendientes pero como durante un tiempo han amenazado a diestro y siniestro que si te descargas películas o series a través de internet te consumirás en el fuego eterno, pues a uno le acaban por entrar el canguelo y las dudas. Pero al final creo que me libraré de la quema perpetua que exonerará los pecados de mi corrompida alma. Más que nada porque cada vez te ponen más complicado lo de navegar. Cuando no te falla el router, tienes un virus y cuando no es la IP es el servidor. Y si no, sencillamente que no encuentras cuál es el botón de encender y apagar en una caja futurista que parece cualquier cosa menos un ordenador.
Tienes razón, amigo lector, parezco el abuelo cebolleta cascarrabias. Pero es que dándole vueltas al asunto me he dado cuenta de una cosa que me ha mosqueado. El mundo avanza muy rápido, a un ritmo endiablado que si no sigues te deja atrás abandonado en la cuneta de la vida. Ya que esta columna solamente la leéis mis padres y tú y todo queda en 'petit comité', te pondré un ejemplo. Cuando era estudiante era el puñetero amo de las descargas ilegales en el emblemático piso de la calle Escorial. No es que fuera el capitán Barbarroja abordando y saqueando internet, pero sí que sabía dónde buscar lo que me apetecía ver.
Desde que trabajo y me he vuelto un muchachote de provecho, la red ha ido evolucionando y me he dado cuenta de que al no dedicarle ni una décima parte del tiempo que invertía antes ahora estoy bastante perdido y no paso de la Frikipedia, el Facebook, Twitter y algún periódico digital. Dicen que consumir cine online es un robo aunque lo cierto es que también resulta un asalto a mano armada regalarle una hora y pico de tu vida a según qué película para que te cuenten según qué chorrada. Por contra, acudir al videoclub y agenciarme un buen DVD es uno de mis mejores placeres.
En realidad estoy en una encrucijada porque lo pienso en frío y cuando San Pedro me llame a filas será demasiado tarde. Me daré cuenta de que en el cielo solamente están los pardillos, me quedaré solo maldiciendo mi honradez. Entonces cuando acuda el mostrador a buscar algún tipo de solución me ofrecerán un ordenador para paliar el aburrimiento en el que no sabré conectarme a internet y eso si logro encenderlo. Mejor recuperar el hábito de la piratería...
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