Cuantas veces he escrito sobre mi barriada, bajo el título del Trocadero y sus aledaños. Siempre me quedé con las ansias de hacerlo de una familia emblemática que dejo huella entre sus vecinos y en varias iglesias, principalmente en las parroquias de Santa María, la del Carmen y la ermita de Gracia. Me refiero a los Pedreño.
La familia Pedreño vivía dos calles más allá de la mía, tirando hacia el paseo de la Miranda. Concretamente en la de Santa Ana, número 4. Un enorme caserón con unas ventanas altísimas y mucho más si se tiene en cuenta que en aquellos momentos jo era molt petita.
La estancia que más recuerdo es una amplia habitación que miraba a la calle, una enorme mesa camilla como jamás había visto otra igual, rodeada de muchas sillas, una ocupada por la señora Soledad, vestida de oscuro y un pecherín de volantes y puntillas, molt aclarida, con su moño tirante y, por supuesto, unas enormes ondas, de las que se hacían a base de agafes. Junto a ella sus hijas que siempre me daban besos y me hacían carantoñas. Para mí la más guapa siempre fue Angelita, con sus enormes tirabuzones, negros azabache que le caían sobre la espalda. A veces los llevaba cogidos con una cola de caballo, atados con cinta de satén.
Junto a una de las paredes, de aquella habitación, otra mesa amplia. Hoy pienso y seguro que no me equivoco, debía ser donde cortaban la tela y calcaban los dibujos que más tarde bordarían.
En una de estas tardes en que, si bien la mañana había sido nubosa, el sol nos acogió en los bucólicos jardines de S'Hort de Sant Patrici de Ferrereies, donde plácidamente fuimos debanant la madeja familiar hasta llegar a 1920.
Llegaron a nuestra ciudad en un tiempo en que ésta se hallaba eufórica con el calzado, los monederos de malla, las platerías en auge, amén de la cantidad de militares los cuales como es bien sabido generaban prósperos ingresos. Dando una vuelta por nuestras calles y plazas, la de la Pescadería, el paseo de Augusto Miranda, el trazado de José Maria Quadrado, la renovación de la cuesta larga o de la Independencia, invitando a desplazarse a nuestra ciudad a albañiles y maestros constructores de otras ciudades de Mallorca que trabajaban muy bien lo que ahora se conoce por piedra natural. Nada se sabía de la seguridad social, del paro y mucho menos de la temida crisis.
Gracias a Don Augusto Miranda y a Pedro María Cardona, entre otros marinos, habían incorporado un importante movimiento en la Estación Naval, dando la oportunidad a muchos padres de familia, entre ellos llegaron varios cartageneros que curiosamente casi todos ellos se establecieron en Mahón. Los Bey, los Marco, Hernández (la rama del delegado Julián Hernandez) y otros que desgraciadamente en este momento no recuerdo sus apellidos, pidiendo disculpas.
Uno de ellos fue José Pedreño Olmos (Cartagena 12-1-1883) casado con Soledad Barbero Hernández (Cartagena 17-4-1887) y cuatro hijos nacidos en Murcia.
Josefa (1906), Salvador (1910), Carmen (1912) y Juan (1916). En 1920 nació en Mahón, Soledad. Vivían en la calle de San Sebastián, 25.
La llegada de José Pedreño Olmos, se debió a su destino en la Estación Naval como fogonero, a lo largo del tiempo es posible llegara a ser responsable de las aguas. Siempre supe por el mecánico de la motora de la Mola, que iba para yerno de aquella familia cartagenera, que sus familias estuvieron muy unidas ya que eran vecinos. Vivían en la planta baja situada entre las calles de San Pedro y San Nicolás, con entrada en la de Santa Catalina, donde en 1932 se levanto el edificio que albergó el cabaret más importante de la Isla, El Trocadero.
Es probable que el 21 de abril de 1926 ya vivieran en la de Santa Ana, donde nació Angelita y después Martín. En aquel hogar los localizamos hasta principios de 1950 en que, al fallecer el padre, la madre junto a tres de sus hijos optó por fijar su residencia en Mallorca, montando una tienda de comestibles, a la vez que Martín desarrollaba sus dotes como decorador llegando a ser muy famoso.
Angelita Pedreño Barbero, criada entre algodones que mullían sus hermanas mayores, creyendo iba a ser la pequeña de la casa, fue al parvulario de la calle de Santa Rosa 4, regentado por las Hermanas Carmelitas, continuando en el mismo sus estudios de cultura general, tal cual sus hermanas mayores. Recalcar que el ambiente familiar siempre fue de gran religiosidad.
La casa Pedreño tenía un algo muy singular, allí se encontraba una de las mujeres, tal vez podría decir la mejor bordadora en oro, plata y seda con gran variedad de técnicas. Sobre tejidos nobles, terciopelos, velluts sifons, sedas, damascos, etc. Oficio que la señora Soledad, enseñó a sus hijas, llegando a formar un gran taller. Las mejores dotes de las familias pudientes, no tan solo de Mahón, sino de toda la Isla, las encargaban en aquella casa. Igualmente confeccionaban cuantos revestimientos usaban los sacerdotes, casullas, capas, cubre cáliz, bolsa de corporales, estolas, estandartes. Y otro tanto para el ejército, banderines, insignias, escudos realizados en oro.
Todo ello enriqueció a la hija menor de los Pedreño, llevándola a ejercer de cortadora en una de las fábricas más importantes de la época, los hermanos Carreras, "Es Rosquilles". Llamando la atención, como manejaba el puntero haciéndolo deslizar sobre la piel con gran maestría a la vez que imprimía el típico punteado que llevaban los zapatos ingleses, Blucher. Lo aprendió siendo muy niña, observando como su madre extendía sobre una gran tabla de trabajo la plantilla para marcar el trabajo que debía realizar, algo dificultoso y milimétrico.
Dice Jerónima que jamás podrá olvidar los detalles y anécdotas que su madre le describía de aquel mundo del calzado, del agradecimiento al señor Yato, su jefe.
Angelita, como todos la llamaban, además de mujer culta, delicada, primorosa y muchas cosas más, se obligaba, o mejor diría, se exigía hacer las cosas mejor, para ello no dudo en acudir a las clases de pintura en el Ateneo Mahonés. Su maestro, don Juan Vives Llull, al preguntarle a su hija sobre los trabajos de la madre contestó:
"No es que fuera una gran artista, pero lo hacía todo con gran primor y elegancia, combinaba muy bien los colores y la podríamos enmarcar en lo que en el mundo del arte se llama 'realismo' ".
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